Se equivocó la paloma. Creía que en Cádiz, cuna de tiesos, iba a buscarse la vida. Error. Ahora, a ella y a sus compañeras, las van a mandar al mismísimo... Levante, según anuncian desde el Ayuntamiento. Es el sino de esta ciudad: que sus habitantes, sean animales o humanos, emigren a tierras levantinas. Ya sea para trabajar en una fábrica de azulejos de Castellón o, como se vislumbra en el futuro de las aves, posarse a verlas venir en una cornisa de la catedral de Valencia. Horchata pura sobre los hombros de los viandantes. ¡Ahí va eso! Palomas deportadas, las pobres, bajo el eufemismo del control de la población de las Columba livia variedad doméstica por el "equilibrio y la sostenibilidad". El efecto migratorio de Cádiz indica que unas palomas se van y otras se quedan después de un periodo de incertidumbre: las del bar de la calle Enrique de las Marinas, famoso por su ensaladilla. Hasta en las palomas hay clases.

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