No queda otra. Los cofrades andan resignados ante la perspectiva de vivir una Semana Santa distinta. Y mira que tardaron en confirmar la suspensión. El problema, sin duda, fue decidir quién le ponía el collar al perro, quién daba el primer paso: el encargado de anunciar una cancelación cuyas consecuencias sobrepasan el ámbito religioso, para alcanzar el turístico y, por extensión, el económico. Era como si nadie se atreviese a tomar una decisión que podría resultar impopular. Tardó, pero lo hizo la Conferencia Episcopal con un lenguaje directo que no dejaba lugar a dudas y cuya orden fue acatada al unísono por un amén comunitario que tuvo que tragarse para sus adentros el alcalde de Sevilla, quien aún debe estar esperando la llamada de la OMS para suspender las procesiones. Las palmas, las del Domingo de Ramos, se quedan en casa y comparten protagonismo con las que se escuchan cada día desde balcones y ventanas.

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