Obituario

Manuel J. Ramos Ortega

Paco Ramos

“Quizá mis lentos ojos no verán más el sur” (Luis Cernuda)

Paco Ramos, como a él le gustaba ser conocido y mencionado, no solo en tertulias amistosas y familiares, sino en conferencias, artículos y círculos académicos, ha sido un andaluz y gaditano singular. Lo era como persona pues se distanciaba de todo lo que supusieran formalismos, etiquetas y protocolos, más o menos superficiales y vanidosos, sobre todo para el que los recibe. Lo cual no impedía el que le gustaran, como al que más, los buenos modales, pues no en vano recibió una esmerada educación de sus padres, Miguel y Francisca y de ‘su’ colegio de San Felipe Neri, donde semana sí y semana también llegaba a casa con las conocidas notas doradas de la época.

No menos brillante fue su trayectoria como estudiante de la universidad de Sevilla, donde se licenció en Filología Moderna. Su facilidad para el aprendizaje de las lenguas modernas, especialmente el inglés y el francés y sus deseo de viajar y conocer otros países y culturas, lo inclinaron a aceptar un puesto de ‘asistente’ de lengua española en un Instituto de Enseñanza Media en la ciudad francesa de Le Havre, puesto que alternaba con las clases en la Escuela Normal de la vecina ciudad de Rouen. Ya entonces comenzó a preparar su tesis doctoral, con el profesor López Estrada, sobre las versiones románticas francesas del Cid, con especial atención a Delavigne.

Anteriormente, desde sus años colegiales, había iniciado una gran afición por el teatro que le llevó a interpretar, en compañías de aficionados locales y posteriormente de teatro universitario, obras de todos los géneros y autores. En este capítulo ingresó en una compañía de aficionados gaditanos donde incluso llegó a interpretar obras como la versión de la tragedia clásica Edipo Rey, en versión de José María Pemán, El Divino Impaciente, Los tres etcéteras de don Simón y otras.

Su carrera docente abarcó además los diez años que profesó en el Instituto Español de Lengua y Literatura de Roma, antecedente de lo que luego sería conocido como el Instituto Cervantes. Allí colaboró y entabló amistad con uno de sus maestros, el profesor Manuel Sito Alba. Fueron años, los últimos de la dictadura y comienzos de la democracia, donde tuvo ocasión de conocer a escritores, artistas y políticos exiliados en la capital romana, como Rafael Alberti. La aventura italiana dejó en él una huella que alimentó aun más sus inquietudes culturales y que confirmó su admiración por el mundo clásico-latino y por la vieja aspiración europeísta que entonces era solo un proyecto en ciernes en las cancillerías diplomáticas españolas, gravadas todavía en sus justas reclamaciones por culpa de los años de la dictadura franquista.

Ya con la estrenada democracia, regresó a España, acabando su carrera docente como profesor en la Escuela de Magisterio y, posteriormente, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz. Alternando su vocación docente con una de sus tres confesas y públicas aficiones: la gastronómica. Pues en aquellos años se le podía encontrar a diario en la Venta de los Tarantos de sus amigos Gabriel y Mercedes, donde también dictaba cátedra de sus varios saberes a una sorprendida clientela, más interesada que sus propios alumnos de Filosofía y Letras, no solo por su dominio de los idiomas sino que además mostraba conocimientos y lecturas de Cervantes, Flaubert o Umberto Eco.

En fin, Paco Ramos tenía esa rara habilidad que solo los tocados por la gracia poseen: la naturalidad. Huía, como antes he escrito, tanto de lo artificioso como de lo vulgar. Pero sabía ver la importancia de lo popular como verdadera manifestación del espíritu humano. Quizá eso lo pudo aprender desde niño en su casa de la calle Cervantes que en aquellos años era la Corte de los Milagros de Valle Inclán. Quizá lo aprendió al contacto con otras lenguas y otras culturas durante sus largos y prolongados viajes por países de medio mundo. Adoraba la copla española, otra de sus aficiones preferidas. Todavía recuerdo que, en una de sus últimas estancias en el hospital de Puerta del Mar, le cayó como vecino de cama, en el mismo cuarto, el popular bailaor gaditano, Pepe Vázquez Cala, que en sus últimos años, ya retirado, regentaba un ‘cafetín’ en la calle Cuna Vieja de Cádiz, cerca de la taberna de la Privadilla. Allí iba Paco casi todas las noches a escuchar las mil y una historias que contaba Pepe Vázquez sobre Juana Reina, doña Concha Piquer o Marifé de Triana. Soy testigo de que Paco se sabía de memoria, por otra parte prodigiosa hasta su último aliento, las letras de las más importantes tonadilleras del Cancionero popular español.

Y por último, aunque no lo último, Paco sentía desde pequeño, sentado con sus padres y hermanos en la calle Ancha, durante la Semana Santa de Cádiz, una verdadera pasión por los desfiles procesionales. Ya de joven, incluso residiendo en Italia, llegaba todas las Semanas Santas a Cádiz a cargar sus pasos, los que se le pusieran por delante. Especialmente su Cristo de la Vera Cruz. Con sus hermanos cargadores, Domingo, Benito, Julio… fundaron la famosa Peña de cargadores de la Vera Cruz de la calle San Pedro, hoy lamentablemente cerrada, donde sobre todo los sábados y especialmente durante los lunes Santos, recibían y acogían, con la proverbial hospitalidad gaditana, a todo aquel que quisiera tomarse un vasito de vino o una cervecita, con su correspondiente tapita o cualquier plato de la especialidad gaditana. Otra anécdota, en este caso de su ambiente del mundo de cargadores gaditanos. Volvíamos de otra de sus muchas citas hospitalarias a su última residencia geriátrica, Adema. En la ambulancia, el conductor, Paco, otro enfermo y yo mismo. Durante el corto trayecto, Paco y el otro hombre, también viejo cargador como mi hermano, se reconocieron y comenzaron a intercambiarse experiencia y anécdotas del mundo de la carga. En aquel reducido espacio de la ambulancia que nos llevaba, creí sentir la unión casi mística que deben recibir los cargadores debajo de su paso. No es solo orgullo, ni afición por una manifestación y expresión tan popular como antigua, sino que en esa experiencia se dan de mano lo profano con lo sagrado. Esas dos experiencias que a Paco tanto le atraían, la copla y la carga, eran como la esencia de lo popular para él. Paco, por desgracia, bebió durante años de durísimas enfermedades, el cáliz de hiel de las mayores dolencias físicas. Soy testigo de que supo sobrellevarlas hasta su muerte, en buena parte gracias a su fe y a una brillantísima, lúcida y voluntariosa inteligencia. Su memoria no desaparecerá con él.

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