La firma invitada

Rafael Garófano, profesor

El PSOE, el socialismo y la ecología

EL socialismo del siglo XXI o es ecologista o no es socialismo; más aun, si desde el centro del espectro político no se promueven y defienden políticas de protección de la naturaleza, no es el centro sino la derecha.

Creo que, entendiéndolo así, el Gobierno del PSOE tiene un Ministerio de Medio Ambiente, la Junta de Andalucía una Consejería y Rodríguez Zapatero, dentro del último plan anticrisis, ha tenido presente este asunto destinando 600 millones a actuaciones medioambientales.

Considerar que la protección de la naturaleza es un lujo para épocas de bonanza económica, que no se puede sostener en períodos de crisis, es un pensamiento erróneo y peligroso pero por desgracia bastante extendido en dos sectores de nuestra sociedad, las personas con instrucción escasa o deficiente y las personas instaladas en la inmoralidad del egoísmo depredador y codicioso. Y yo pensaba que en estos momentos sería muy conveniente, con respecto al primero de los sectores mencionados, que socialistas y ecologistas compartiesen esfuerzos de formación y cultura, con el respaldo de los numerosos organismos oficiales creados para proteger la naturaleza y, por supuesto, de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta.

Pero hace unos días hubo una cierta movida de algunos alcaldes del PSOE de la Sierra de Cádiz pidiendo no se sabía bien qué, para superar las trabas que las leyes proteccionistas, medioambientales y de ordenación del territorio ponían al desarrollo de sus municipios. Viniendo a continuación unas declaraciones de responsables de la Consejería de Medio Ambiente diciendo que se les atendería quitando trabas administrativas pero sin rebajar un ápice el grado de protección de la naturaleza. La verdad es que, sabiendo cómo funcionan estas cosas, este debate en la palestra sonaba a reparto de papeles y representación. Pero, sobre todo, me puso en evidencia la falta de información que tenía sobre el asunto. Estando en esta perpleja ignorancia, Juan Clavero, de Ecologistas en Acción, publicó un artículo en este mismo periódico en el que decía que a propuesta y con los votos del grupo socialista en el Parlamento de Andalucía, aprovechado la tramitación de las enmiendas a una ley de carácter económico, se habían modificado, muy a la baja, las principales leyes medioambientales de Andalucía. No decía que se había tramitado por la Consejería de Medio Ambiente, ni que se trataba de modificaciones meramente administrativas, no; decía que se había modificado la Ley de Ordenación del Territorio de Andalucía (POTA) en una dirección que, según él, facilitaría decisiones arbitrarias, permitiría grandes actuaciones urbanísticas y de infraestructuras en espacios antes protegidos, posibilitaría hacer urbanizaciones junto a los campos de golf, eludiría autorizaciones hasta ahora preceptivas de la Consejería de Medio Ambiente y vaciaría de contenido y eficacia los Planes de Ordenación de Recursos Naturales (PORN). Todo lo cual, también según él, era un cúmulo de actuaciones en la dirección equivocada que, pretendiendo impulsar la actividad económica en Andalucía en época de crisis, tenía muchas posibilidades de abrir puertas a la corrupción, arrasar el territorio, matar la naturaleza y empobrecer a Andalucía de valores irreparables.

Pero de ese artículo que comento, lo peor, lo más preocupante, era el “según él”, porque Juan Clavero tiene una formación y una trayectoria personal en defensa de la naturaleza tan independiente e inequívocamente progresista, que si alguien contesta a su artículo sería muy difícil que lo hiciera con la credibilidad que él se ha labrado. Ya sé que el cargo público no conlleva credibilidad pero, aunque solo fuese por estética, algún responsable de la Junta o del PSOE relacionado con el asunto tendría que intentarlo.

No debería consentirse que por la puerta ecologista del PSOE se fuese el socialismo; entre otras cosas, porque es una puerta por la que transita un número de personas más importante del que se supone (a ver si así me comprenden los que, deformados por la práctica, terminan entendiendo la política desde la aritmética).

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