Desde el fénix

José Ramón Del Río

Otoño

SE le esperaba para el 21 de septiembre; todo lo más, para el 23, y nos llega el otoño en el día de los difuntos, con casi cuarenta días de retraso, que es un señor retraso, porque es superior en un diez por ciento al número de días del año, porcentaje que en los trenes de alta velocidad obligaría a devolver todo o parte del precio del viaje. Ni siquiera el otoño ha querido asistir a la fiesta de los Santos Inocentes o de su versión pagana del Halloween. Con el tiempo de verano que hizo, el personal se fue de playa o de campo, en lugar de acudir a pastelerías y confiterías en busca de los "huesos de santo", de yema, de chocolate o de batata o de los buñuelos rellenos de crema, nata o de cidra y, por supuesto, de consumir castañas asadas que otrora se compraban para deleite del paladar y para calentarse las manos. Sólo - me imagino- en la noche de difuntos nuestros niños y jóvenes se disfrazaron de brujas o de muertos vivos, para ofrecer al vecindario elegir entre el dilema de "truco o trato", que casi nadie comprende.

Del cambio de costumbres siempre se acusa a los nuevos tiempos, pero en este caso está claro que la culpa de la variación no la han tenido las nuevas modas de los humanos, sino nuestro planeta tierra, que sin olvidarse de acudir - porque no puede olvidarse- al equinoccio de otoño, en su giro alrededor del sol, colocándose nuestro ecuador bajo el sol, nos ha procurado, elaborándolo en su cocina particular, al menos en nuestra Andalucía, un radiante día de verano cuando tocaba de otoño.

Yo no me lamento porque en noviembre haga sol y buen tiempo. Me lamento por no encontrar entre tantísimos programas de televisión, ni siquiera una representación del Don Juan Tenorio de Zorrilla, que tantos españoles, seudo actores aficionados, nos sabemos de memoria, aunque nos hayamos consolado declamando aquello de "Cuán gritan esos malditos.." o "luz de donde el sol la toma..." y escuchando el Don Giovanni de Mozart, cuyo texto, en italiano, tiene tan bellas resonancias españolas. No cabe duda que el otoño y la fiesta de Todos los Santos y de los Difuntos nos llevan a la nostalgia de tiempos que se fueron. Cuando en el día dos de noviembre los curas con casulla y manípulo negro oficiaban tres misas seguidas, acortando en la segunda y tercera pasajes de la primera y se visitaban cementerios para rezar ante la tumba de los parientes difuntos. Hoy, sin representaciones teatrales, sin dulces ni castañas, que engordan y, hasta sin tumbas que visitar, por mor de las incineraciones, no cabe otra posibilidad que la de este año: marcharse al campo o a la playa, donde quizás hayamos esparcido las cenizas de nuestros seres queridos. Perdóneme si le he parecido demasiado fúnebre.

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