H ABRÍA que preguntarse si alguna vez las administraciones se preocuparán por el patrimonio histórico de nuestras ciudades. Interesa más inversiones millonarias en campos de fútbol o museos sobre fiestas populares que evitar la ruina de nuestra historia. Más allá de que es nuestro legado, si estas administraciones fuesen lo suficientemente inteligente sabrían que un castillo, una muralla, un palacio, una iglesia, convenientemente rehabilitada aporta un valor económico a la ciudad donde se ubiquen atrayendo a un turismo de calidad, dispuesto a gastarse el dinero en disfrutar de la historia.

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