Obras a la carrera

Este ritmo frenético nos permite sospechar que no se harán jamás proyectos para más allá de cuatro años

No he empezado a escribir este artículo hasta tres cuartos de hora antes del cierre de la redacción. Irresponsabilidad aparte, tiene una razón de justicia poética. Voy a hablar de cómo los alcaldes se ponen a hacer obras como locos en el último semestre antes de las elecciones municipales. Para que nadie diga que no hicieron -como hicieron- nada.

Los anacolutos y erratas del artículo, por tanto, servirán como advertencia de lo que pasa cuando las cosas se dejan para el último instante, además de los atascos simultáneos y superpuestos que colpasan las ciudades puestas patas arriba a toda carrera. Algo que también me está pasando con esta columna procrastinada. Todo sea por una buena metáfora.

Aclarada la analogía, vamos a la anarquía. ¿No podrían haberse repartido las obras durante todos los meses de cuatro años de mandato? Así el caos en una calle o barrio o carretera podría sortearse por otro camino. Pero si lo arreglamos todo a la vez, el desastre es completo y no hay escapatoria. A lo que hay que sumar los camiones, hormigoneras y asfaltadoras entrando y saliendo por aquí por allá.

No quiero desertar, sin embargo, de la bandera del optimismo de mínimos bajo la cual sirvo. Lo bueno de la democracia es que, cada cuatro años, en uno al menos los ediles se ponen las pilas. A un ritmo de uno por cuatro, se cuidan las infraestructuras y el mobiliario urbano. Menos da una piedra.

Lo peor no es, por tanto, esta incomodísima fiebre de la obra, como si fuese la del oro, pero fiebre de la papeleta municipal, levantándolo todo. Lo peor es que este ritmo frenético nos permite sospechar que no se harán jamás proyectos para más allá de un plazo máximo de cuatro años.

Si se reserva el músculo para inaugurar las cosas justo en la recta final que desemboca en las urnas, ¿cómo se van a hacer esfuerzos para proyectos que vayan mucho más allá, por muy necesarios que sean, cuando Dios sabe quién será la alcaldesa o el alcalde de nuestra ciudad? ¡A ver si el mérito se lo apunta otro en su haber, con lo bien que queda uno en la foto de la inauguración!

El ciclo es tres años de ir guardando fuerzas y aguantando la respiración, seis meses de calentamiento y seis meses de carrera hasta la fiesta de la democracia. Más allá, el vacío. No es la mejor manera de gestionar. Nos aburren tres años, nos enervan los primeros seis meses y los últimos nos desesperan. Luego, votamos, y vuelta a empezar.

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