Números y nombres

Es mejor que una verdad sea amparada por una mayoría, sí, pero la verdad no depende de los votos

Ayer se me fue la mano cuando di por amortizado el Poder Legislativo. Verdad que es fácil, porque, cuando se habla de la separación de poderes, sólo nos preocupamos por el Judicial, como si no hubiese más que dos. El control que el Ejecutivo tiene sobre el parlamento es muchísimo mayor que el control que el parlamento puede ejercer sobre el Ejecutivo.

Sin embargo, la fuerza de la verdad expresada con claridad, dicha a la cara y ante la nación es tan evidente que el parlamento -que luego, con los votos, volverá a inclinar la cerviz a la arrolladora aritmética a favor del Gobierno- tiene, si no poder, potencia. El caso más paradigmático es Edmundo Bal, diputado de Cs, porque es capaz de hacer un discurso demoledor contra el mismo Gobierno al que más tarde da aire con su voto y los de su partido. La contradicción es chocante, pero no quita un ápice de verdad a las palabras de Bal, aunque nos desconcierte un divorcio tan brutal entre lo dicho y lo hecho.

Luego están, por supuesto, Cayetana Álvarez de Toledo y Macarena Olona, que cantan unas cuarenta que se quedan en nada de nada en cuanto hay que echar cuentas y los votos no dan. ¿Son por ello inútiles? Para que el Poder Legislativo haga contrapeso al Ejecutivo, lo son. Como fuente de legitimidad de un discurso de oposición y como bastión de la autoridad de una nación preocupada por la sucesión de los acontecimientos, cumplen un papel imprescindible. En el Gobierno, por las caras que ponen oyéndolas, lo saben.

La contraposición entre ciencias y letras es falsa y nociva, pero acierta el ensayista francés Bellamy en su último libro Permanecer (Encuentro, 2020) al alertar contra el imperio contemporáneo de lo cuantitativo, tan propio de los números, sobre lo cualitativo, que se expresa en palabras. Se ve, como digo, en el parlamento; pero también en las cifras, vergonzosamente manejadas e inexactas de víctimas del coronavirus, que sólo se ajustarán (en el sentido de su justicia) cuando se publiquen todos los nombres de los fallecidos, con sus apellidos de sus familias en duelo.

Al menos este concepto elemental de la verdad, cuyo valor es independiente de las operaciones aritméticas, queda patenten en el Congreso cada vez que se levanta alguien y expone unos hechos indudables para perder después la votación. En una sociedad cada vez más sometida a la contabilidad y sus cábalas, eso tiene una trascendencia irrenunciable.

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