Cuarto de Muestras

Nueva agenda

El tiempo vuelve bruma e imprecisión lo que toca y eso nos salva

No sé por qué, cuando termina el año, se hace balance, se elaboran listas de libros, de películas, de titulares, listas de listas. Se formulan propósitos, como si la vida nos volviera a posicionar en la casilla de salida y nos entregaran unos dados nuevos con los que sortear el tablero de la existencia, con sus curiosas reglas de juego que nadie conoce realmente.

Es algo ingenuo pensar aquello de año nuevo, vida nueva. Más allá de nuestra propia voluntad, que generalmente es tozuda en el error, esto del vivir es una sencilla continuidad, un almanaque sin fechas o, sin otras fechas, que las que fija nuestra memoria: el día que pasó o nos pasó tal o cual cosa. Pretender recomponer el puzle de un año en su última semana es materia en la que sólo trabajan los periodistas para construir el álbum de fotos y titulares de lo que ha quedado atrás. Qué tontería acabo de decir, los álbumes siempre miran atrás. Sorprende lo lejos que vemos todo, lo pequeño que parece, lo difuso que se vuelve. El tiempo vuelve bruma e imprecisión lo que toca y eso nos salva, evita que la vida nos paralice.

Procuro no hacerle mucho caso al cambio de año, no enredarme en las cuentas de pérdidas y ganancias. A mí, el balance rara vez me cuadra porque no se me dan los números y porque tiendo a reducir las operaciones más complicadas a la cuenta de la vieja. Esa cuenta en la que siempre hay vida por delante, nostalgias por detrás y una luz dentro, encendida, que, al sumar, da un resultado poco fiable pero positivo. En la vida es mejor hacer las cuentas al voleo, no detenerse en los decimales del rencor, que empobrecen, ni tampoco multiplicar por multiplicar, porque entonces el cero se hace infinito y nos lleva al desengaño. Las cuentas hay que llevarlas en la cabeza o hacerlas con tiza, para que sean fáciles de borrar y no nos obsesionen.

Empieza un año nuevo, una agenda comienza a ordenarnos la vida o a desordenárnosla. Hay que saber llenarla de cosas buenas, de las que alumbran pues, las malas, se apuntan solas y suelen llegar sin orden ni aviso. Hay que dejar cosas sin apuntar, que suelen ser las mejores y más íntimas. Hay que ensanchar la vida, llenarla de anotaciones en los márgenes, como los glosadores medievales. Hay que ilustrar nuestras páginas en blanco. Hay que convertir algunos días en señalados. Hay, sobre todo, que existir en la agenda de los demás.

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