Cuchillo sin filo

francisco Correal

Nínive

JONÁS tardó tres días en atravesar Nínive para extender el mensaje de la salvación. Estos vulgares fanáticos han tardado tres minutos de telediario en destrozar ese patrimonio de la cultura universal. Es un atentado contra nuestro propio acervo. En casa, de niño, leía con mucho agrado el libro de las siete maravillas del mundo. Era como el atlas mitológico de lo que en una formación posterior, descubrimiento de la adolescencia, llegaría con las Mil y una noches. En ese libro estaban los Jardines de Babilonia, el Mausoleo de Halicarnaso, el coloso de Rodas, las pirámides de Egipto y el faro de Alejandría.

La Historia Sagrada es un anatema en los planes educativos. Ha regresado esta disciplina en este Fahrenheit de catetos atávicos e iconoclastas a los que les huelen los pies y les apestan las convicciones. Esta vesania de una matanza de Texas en la cuna de la civilización, la estirpe del arca y de los tres hijos de Noé, nos ha devuelto esos nombres que recitábamos como héroes de leyenda antes de que nos llegara el mester de juglaría de los futbolistas: Jerjes y Artajerjes, Asurbanipal y Asurnasirpal, el Código de Hammurabi. Acacios y sumerios, asirios y babilonios, los habitantes del Antiguo Testamento. En el Nuevo, en la lectura de ayer, se habla del templo de Jerusalén que a lo largo de 46 años construyeron sucesivamente Salomón y Herodes el Grande.

Si no les paramos los pies a estos ladrones del pasado, los Evangelios van a ser a esos pueblos como las películas del Oeste a los indios que los colonizadores fueron exterminando para que en el futuro se lucraran las academias de inglés. Es un universo ancestral que a los niños de las nuevas tecnologías les suena a chino y que los abuelos y bisabuelos de esos niños asociarán con el infausto deporte de prenderle fuego a las iglesias. Ahora dicen que han llegado a la zona donde se asentaron los partos, inseparables de aquellos medos que peleaban huyendo según explicaba don Quijote en la monumental batalla que en realidad era, como bien observó Sancho, la polvareda de un rebaño de ovejas. Occidente contempla esta barbarie con el síndrome de los medos: pelea huyendo mientras en este tablero siguen cayendo nuevas fichas. No sabemos a qué espera porque este polvo no es de ovejas, es de monstruos sanguinarios y sin escrúpulos.

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