Tribuna

Emilio A. Díaz Berenguer, Doctor Ingeniero

'Neocons' y 'neopros'

 LA distancia política entre un neocon y un neopro en España no es mayor de la que separa a un republicano de un demócrata en los Estados Unidos. Los neopros nacieron con Felipe González, como rama felipista de los renovadores, quedando en standby político durante el mandato del PP, y resurgiendo con fuerza en la segunda legislatura de Zapatero. González intentó configurar un espectro político estatal bipartidista, al estilo del modelo norteamericano: un partido demócrata, en torno al PSOE, y un partido republicano, comandado por el PP. 

A ese planteamiento se opuso su mano derecha, Alfonso Guerra. Los mejor informados aseguran que llegó a amenazar con dividir el partido si se llevaba dicha propuesta a los órganos de gobierno del mismo. Guerra jugó un papel clave para mantener al PSOE dentro de la esencia de lo que debe ser un partido de izquierda. Esta discrepancia entre ambos pudo ser una de los causas que les llevó a su distanciamiento.

El tiempo, sin embargo, está jugando a favor del estadista González, reconvertido de socialdemócrata a social-liberal. La llegada al liderazgo del partido y al Gobierno de un militante humanista e ingenuo políticamente como Zapatero fue el abono perfecto para lograr la cosecha deseada. Esto explicaría, al menos en parte, las últimas declaraciones del ex presidente sobre su relación con el PSOE actual, en términos de simpatía y de militancia.

Con el pensamiento de González y la praxis de Zapatero se consolidan los neopros, unos neocons que se consideran a sí mismo como progresistas, pero a ninguno de los dos les tiembla la mano a la hora de recortar el Estado de bienestar.

En la primera legislatura Zapatero reparó algunas injusticias históricas con diversos  colectivos sociales. Hoy no irritaría a la jerarquía de la iglesia católica, ni a un poder financiero que es el principal causante de la crisis y, a la vez, el más beneficiado de la misma. 

Zapatero y los neopros que le rodean están apoyando, consciente o inconscientemente, la desaparición de las ideologías. La alternancia en los gobiernos puede llegar a representar sólo diferentes estilos de gestionar la cosa pública, pero por este camino los ciclos económicos serán cada vez más cortos y las crisis estarán garantizadas por la insaciabilidad de los mercados.

Más que un Estado capitalista, vamos camino de ser un Estado financierista, en el que la ceguera de los mercados obliga a los políticos a gestionar sólo con medidas de efecto cortoplazista. A los especuladores, perdón, a los mercados, les da igual lo que ocurra con las políticas en materia social, o de igualdad, o medioambiental, o cualquiera otra que supere el plazo de recuperación de sus inversiones financieras.

Los neocons y los neopros se bautizan en la misma pila bautismal: las escuelas de negocios, centros  que les ofrecen un curriculum, a cambio de una importante cantidad de euros, y de los que salen como unos terminators de las finanzas, dispuestos a arreglar el mundo con la traslación literal de los casos prácticos analizados en las sesiones formativas, y agnósticos ideológicamente. Siguen la máxima de que el dinero público no es de nadie, una nefasta idea que ha sido fuente de numerosas corrupciones, conocidas y consentidas en sus entornos políticos, y, desgraciadamente, aún escasamente castigadas en las urnas.

Si el PSOE quiere tener alguna oportunidad en las  próximas generales, no le va a bastar con cambiar al cabeza de lista. La crisis económica no debe llevar, inexorablemente, a aparcar la utopía socialista como hoja de ruta. Su ventaja de partida es que las elecciones no las ganaría el PP, las perdería el PSOE, y por eso no lo tiene todo perdido. Sin embargo el virus de la autodestrucción está instalado dentro y sólo un tratamiento quirúrgico podrá extirparlo.

Rubalcaba, y también Griñán, tienen que presentar ya un programa diferenciado nítidamente del de la derecha. Un programa progresista, que incluya un compromiso firme con una gestión pública honesta, transparente y eficiente, incluyendo el endurecimiento de las penas a los administradores públicos que cometan infracciones, y la exclusión inmediata de sus responsabilidades institucionales y orgánicas. Deben explicarle a los ciudadanos por qué no todos los políticos son iguales.

Un gobierno de izquierdas, además, no puede nunca coincidir con uno de derechas a la hora de recaudar y distribuir los recursos. Si el PSOE no es capaz de plasmar este mensaje de la manera más didáctica posible, podrá tener grandes dificultades para volver a gobernar en varios lustros. 

Finalmente, cuatro programas de política sectorial, deben convertirse en el baluarte de la defensa del estado de bienestar: Sanidad, Educación, Asuntos Sociales y Cultura.

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