Aexcepción del día en que ETA dinamitó la tregua en la T-4 de Barajas a las pocas horas de haber declarado Zapatero que la paz estaba más cerca, no creo que el presidente del Gobierno haya pasado por un trance más amargo que el de ayer en el Congreso de los Diputados. Fue la jornada en que Zapatero se negó a sí mismo.

No una vez, sino nueve veces: tantas como medidas de ajuste anunció para reducir el déficit público en la medida en que le han exigido la Unión Europea y, al final, incluso Obama. Es una de las lecciones de esta crisis. La interdependencia económica es tan estrecha e intensa que ningún país puede actuar -o dejar de hacerlo- por su cuenta. No se ayuda a Grecia porque los griegos nos caigan bien, sino porque nos interesa que no se arruinen más de lo que están. No se insta a España a hacer los deberes por capricho o injerencia, sino porque si no los hace perjudicará también a Alemania, Francia y demás socios.

Cada medida era un clavo más en el ataúd de su optimismo irredento, que ha fallecido una mañana de mayo de muerte natural. ¡Con lo que le disgusta a Zapatero dar malas noticias y pedir sacrificios! Hace sólo una semana rechazaba un recorte drástico del déficit por ser un obstáculo para el crecimiento económico. Ayer optó por retrasar el crecimiento para frenar el camino hacia la bancarrota. No parece una mala elección, dadas las circunstancias.

Éste ya no va a ser el Gobierno milagroso que saque a España de la recesión sin recortar los derechos sociales. Ojalá que la saque, pero en cualquier caso lo logrará imponiendo sacrificios, tomando decisiones impopulares y liberándose de tutelas sindicales. Bajar el sueldo, un 5% de media, a los funcionarios y empleados públicos (dos millones y medio de personas), vulnerando un pacto; congelar las pensiones, salvo las mínimas y las no contributivas; eliminar el cheque bebé de 2.500 euros por cada nacimiento, lo mismo en un palacio que en una chabola; eliminar la retroactividad en el cobro de la prestación por la ley de dependencia; bajar la ayuda oficial al desarrollo y la inversión pública estatal son, en efecto, medidas impopulares, que sacrifican las rentas de muchas personas y molestan profundamente a los sindicatos. (Paréntesis: no sé cómo va a obligar el Gobierno a ayuntamientos y autonomías a un ahorro adicional de 1.200 millones, que es la novena medida).

Ante un Zapatero arrepentido, Rajoy tendrá que cambiar el discurso. Ayer se limitó a decir que si ZP le hubiera hecho caso a tiempo no habría tenido que acometer un ajuste tan duro, lo cual es, desde ayer, irrelevante, y a esbozar una alternativa que él mismo sabe que no es tal. Tendrá que apoyar a este Zapatero, que ya no es el Zapatero de la semana pasada. Acierta cuando rectifica.

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