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La cornucopia

Gonzalo Figueroa

Soy un Neandertal

MÓNICA Salomone en El País reabre la polémica sobre los Neandertales, que habitaron el planeta hace 100.000 años. Simpatizo con estos vilipendiados ancestros, porque no debe haber sido fácil sortear los peligros terrenales en esos tiempos, aún reconociendo la escasa competencia. Ellos y los homo sapiens fabricaban utensilios parecidos, pero los segundos evolucionaron hasta llegar al hombre moderno, mientras los Neandertales se extinguían hace ya 30.000 años, según se suponía, por la superioridad del homo. Ahora se demuestra que ello era falso y que ambos eran igualmente operativos, por lo que el fin de los primeros es un misterio.

Lo anterior ilustra lo que me pasa con muchas de las expresiones del arte contemporáneo, porque soy un antiguo aficionado, siempre abierto a las nuevas tendencias. Sin embargo, últimamente he comprobado que mi fosilización por ignorancia al respecto es irremediable.

Declaro avergonzado que no sé lo que significa webcam, ni conozco el Tiki taka, ni el Ratatata, ni bailo el Yankee Hotel Foxtrot. Tampoco domino el grafismo de las Powerpuff Girls, o el making off del cine; ni sé apreciar al superhéroe, cuando las dos formas de disfuncionalidad dialogan en una gozosa montaña rusa de inagotable invención (J. Costa en El País); ni en música tengo idea qué es el funk, el surf o el hip hop; ni me entero del sentido del festival Espantapitas de Almería. De paso, explíquenme exactamente lo que supone ser freak; menos idea tengo del BGP, siglas del llamado Border Gateway Protocol, o el contenido de la Seat Wind Experience. No distingo el flamenco fusión callejero, el spin off o las películas de los jedi. Menos capto el sentido de lo que supone usar bicicletas de freeride o el reivindicar el House español o las máquinas que cargan el soundtrack vital o la identidad de la melodía tecno. Y así podría seguir hasta la exasperación mía y del lector.

La conclusión de los antropólogos en relación con las causas de la desaparición de los neandertales me ha tranquilizado al demostrar que los conocimientos de los homo sapiens y de los neandertales eran prácticamente idénticos y que la extinción de los segundos no fue causada por la presunta mayor inteligencia de los primeros.

Es indudable que, personalmente, estoy destinado a la desaparición. Pero, al menos, y emulando a los viejos neandertales, puedo hacerlo con dignidad pensando que mis conocimientos, aunque obsoletos, no serán causa directa de mi desintegración.

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