en la terraza

Pedro Ingelmo

Nadar, nadar, nadar...

HAY un día al año, no sé cuál, supongo que el día que se murió Cervantes y el que dicen que se murió Shakespeare, que las radios salen a la calle y preguntan a la gente cuál es su palabra favorita. A mí nunca me lo han preguntado, igual que no me preguntan si escucho Carrusel deportivo o Tiempo de Juego, si voto a los rojos o a los azules, si veo Juego de Tronos o los Simpsons, si practico sexo o practico el polo... en fin, a mí nunca me preguntan nada. A lo que voy, la palabra. Mi palabra favorita es NADAR. Incluso puedo decir que la segunda es 'conducir' y la tercera 'seducir'. Son tres cosas que no sé hacer. Hay muchas más cosas que no sé hacer pero esas tres son recurrentes en los sueños. De repente, el subconsciente te sitúa en momentos límite en los que tienes que nadar, conducir o o seducir y te despiertas chorreando sudor y le gritas al subconsciente: ¡Pero si sabes perfectamente que eso no sé hacerlo! Y el subconsciente se ríe entre dientes y se encoge de hombros. Nadar. Seamos exactos. Si me tiran a una piscina, como en un momento de mi infancia hizo un tío mío no carnal provocándome aversión al agua con cloro para toda mi existencia, no me ahogo, pero a eso yo no le llamaría nadar, lo llamaría patalear o bracear, que son dos palabras que no me gustan demasiado, quizá porque es algo que hago a la perfección. Llamo nadar a lo que veo en la pantalla de televisión, que se vuelve azul con burbujas. Llamo nadar a lo que hacen hombres y mujeres de cuerpos perfectos con movimientos sincronizados, rítmicos, avanzando sobre la lámina clorada a velocidades siderales. El espectáculo de una piscina olímpica, con el nadador de la calle número cuatro haciendo de punta de lanza en un dibujo de flecha perfecta, me parece estéticamente sublime. Me hipnotiza. En las madrugadas olímpicas de insomnio la repetición de las pruebas de natación me produce una sensación de paz infinita, sólo comparable a aquel descubrimiento de una televisión alemana que cerraba sus emisiones de invierno con una chimenea incendiada. Por ello, nadar es la palabra perfecta. Porque escucho la palabra nadar y rápidamente mi subconsciente, el que me hace nadar, conducir y seducir en mitad del sueño REM, me coloca un vídeo de una prueba olímpica, con los nadadores en flecha y me sumerjo en el éxtasis. Nadar es la puerta a otra dimensión. No me digan que no les pasa lo mismo.

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