España y el mundo entero vibraron el pasado domingo con la victoria de Rafael Nadal en la final del Abierto de Australia, que lo convierte en el tenista más laureado de la historia, con 21 Grand Slams en su palmarés, uno más que sus dos grandes rivales, Roger Federer y Novak Djokovic. El partido del domingo fue de los que se denominan en el argot de la crónica deportiva como "épicos": casi cinco horas y media de esfuerzo sobrehumano en los que Nadal supo sobreponerse a su derrota en los dos primeros sets e imponerse a un Medvedev que parecía de piedra. Y todo cuando, debido a las repetidas lesiones, Nadal había estado a punto de dejar el tenis definitivamente apenas unos meses antes. La prensa internacional se deshizo ayer en todo tipo de elogios hacia el tenista español, no sólo por su demostración de fuerza y destreza deportiva, sino también por su fuerza de voluntad y perseverancia como método para superar todo tipo de obstáculos. Y es que Nadal se ha convertido ya en un ejemplo moral, sobre todo para los más jóvenes. En una época en la que las redes sociales están encumbrado a todo tipo de personajes cuyo único mérito, a veces, sólo consiste en la falta de escrúpulos para el insulto o la difusión de bulos, resulta gratificante ver a un deportista con la trayectoria y los valores de Nadal ocupar las portadas de los medios de todo el mundo. No hay mejor ejemplo para la juventud que esta historia moral que nos habla de esfuerzo, sacrificio, esperanza, bonhomía y deportividad. Muchas veces vemos con desolación cómo el deporte, abandonando su espíritu tradicional, se ha convertido en un negocio sin escrúpulos donde lo de menos son los valores humanos y que, incluso, sirve como excusa para la barbarie y la violencia. Por eso el triunfo de Nadal tiene una significación especial y ejemplar.

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