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José Pettenghi Lachambre

Museo de los horrores (2). Los mitos

Desde que el mundo es mundo, o sea desde que Cádiz es Cádiz -lo cual ya es un mito- nos mola la mitología. El mito aquí gusta mucho y tal vez guste tanto porque el mito no es sino una mentira. Una mentira más tiempo; a un mamarracho le echas dos siglos y ya está: un mito es el chorizo de la mentira metido en la manteca del tiempo. Un poné, Hércules, un tipo que trabajó en doce sitios y que iba por ahí con un palo y dos leones disecados no era más que un trastornado, un friki, el protofriki de Cádiz. O Gerión, otro friki con un cuerpo y tres cabezas. Los malvados relativistas, rojos y ateos querían matarlo pero no podían pillarlo desprevenido pues mientras una cabeza dormía, otra vigilaba y la tercera se dejaba la piel por Cádiz. Una actividad frenética que sólo pensarlo da sudores. Algo así como Teófila pero sin hacerse la víctima.

Visto esto, la pamplina gaditana necesita de los mitos, alimentarse de ellos. Pero no todos tienen que ser antiguos. Hombre, los más antiguos son más disparatados y por tanto más divertidos: ese hiperactivo Gerión, que a su lado el monstruo de Alien es una ladilla, es genial, pero los hay más actuales.

Yo clasificaría a los mitos en cuatro clases: antiguos o mayores (Hércules, Gerión, los fenicios...), menores (Mágico González, El Tío de la Tiza...), naturales o de postal: la Caleta, el Falla, el Pópulo... que cantaban los "Combois de pejeta" en su presentación; y por último los cotidianos.

Mientras los tres primeros son más o menos inofensivos, un telón de fondo de nuestras vidas, como si hoy quisiéramos comprar en Créditos Rucas o Comprygane, los cotidianos no son más que tópicos sobre los que se fundan las "patrias chicas", donde se justifica el localismo cateto, meras patrañas culturales que generan esclerosis social.

Son esas trivialidades, casi siempre chabacanas, de lo cosmopolita que es Cádiz, que los gaditanos nacen donde les da la gana, que aquí hay que mamar, que La Habana es Cádiz con más salero. Por todos los santos ¡salero! ¿No había otra palabra más mariquituchi? ¿Pero salero de nuestra grasia trimilenaria? ¿O quizá de la salada claridad? El piropo, teatral y cursi: sigue el mito pemaniano.

Mitos cotidianos destinados a la exaltación demagógica de un Cádiz imaginario, a que vayamos todo el santo día con nuestra cuna a cuestas, dando la brasa.

Así que propongo para el Bicentenario un museo de mitos. Tal vez el único que falta. Mito, mito, gorgorito.

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