Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

La torre del vigía

Ana Rodríguez de la Robla

Mos maiorum

HACE días leíamos en estas mismas páginas acerca del mal estado, por falta de higiene, de los alimentos servidos a los residentes de un geriátrico de San Fernando. En esta sociedad nuestra en la que van proliferando los lugares donde aparcar todo aquello que nos estorba -desperdicios, animales, niños y viejos, que para algunos vienen a ser uno y lo mismo- ni siquiera se impone el decoro -ese sentimiento ético ya tan desdibujado- de alumbrar centros de depósito de mercancías humanas que respeten unas condiciones mínimas de dignidad y salubridad.

No me parece mal la alternativa de la residencia cuando ésta constituye una opción escogida individualmente por el residente; tampoco cuando dificultades familiares, que las hay, imposibilitan otra salida. El problema radica en los ancianos aparcados por hijos que no sólo prefieren deshacerse de sus padres para llevar una vida más cómoda, sino que son incapaces de realizar un seguimiento del estado y circunstancias de sus ascendientes, arguyendo viajes, ocupaciones y ridículas ficciones para no visitar jamás a sus progenitores. De este instinto inhumano derivan muchas de las aberraciones tácitamente admitidas -que abarcan desde la estricta indiferencia hasta el más denigrante maltrato- que se cometen con los ancianos en algunos de estos centros de aparcamiento. Las altísimas cuotas mensuales, que oscilan como media entre 1000 y 2000 euros, y que bajo ningún concepto se corresponden con el gasto real realizado por el residente, suponen en realidad un caro visado para la buena conciencia del hijo que desdeña la presencia de sus padres; un visado indecente que, por otra parte, el anciano se ve obligado a sufragar siquiera en parte, aportando íntegra su propia pensión, con lo que la ignominia del vástago -que sólo aparece en Navidad con una camisa de saldo o una colonia barata por regalo- es más flagrante aún.

Sabido es que el 'mos maiorum' lleva tiempo abolido de nuestra "ética" de goce inmediato y egoísta. Pero no estaría de más que las instituciones correspondientes (Salud, Bienestar Social) velaran sin tregua y con mano dura por la profesionalidad de los geriátricos, si no por humanidad, al menos por vergüenza social.

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