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Morir de éxito

Como parece obvio, no es probable que este clamor apocalíptico cambiara sustancialmente el voto de Vox

La semana pasada dábamos aquí algunas razones para una probable victoria de don Juan Manuel Moreno, más conocido como Juanma. Una de ellas era esta personalización de la campaña, que eludía expresamente el ámbito de la conflagración política y deslizaba la cuestión hacia la fiabilidad y la cordialidad del candidato. También se añadían otros factores que atañían al resto de las fuerzas en liza, y que vinieron a contribuir a la victoria del PP. No se mencionó, sin embargo, un mérito absolutamente externo al señor Moreno y sus asesores, cual es la masiva campaña de alerta (que viene la ultraderecha, etcétera), con que las izquierdas solventaron sumariamente su campaña y que, sin duda, ha modificado la dirección del voto.

Como parece obvio, no es probable que este clamor apocalíptico cambiara sustancialmente el voto de Vox. Si acaso, puede que lo haya retraído en algo. Lo que sí resulta verosímil es que sin esta apelación al miedo, el PSOE quizá no hubiera sufrido una sangría tan notable en dirección al PP, y que Cs no habría sido inmolado en el altar de la gobernabilidad y la paz de espíritu. De ahí se deduce fácilmente que el electorado ha preferido, en apariencia, un gobierno estable, sin necesidad del apoyo externo o interno de Vox. Pero también cabe inferir otra cuestión, no tan visible. Con este gobierno monocolor, se acaba la posibilidad de perder el tiempo con la amenaza, dramatizada hasta el ridículo, de que se avecinan ya la ultraderecha, el fascismo y la sombra rediviva del Caudillo. Con ese discurso fantasmal, que oculta la preocupante realidad económica de España, parece que el PSOE ha aglutinado, por reacción, una mayoría social interesada en otras cuestiones de mucha mayor actualidad y alarma, como son el riesgo real de recesión y su repercusión en las rentas más modestas; a lo cual se añade, como un eco muy cercano, el propio sesgo del Gobierno nacional, apoyado en minorías xenófobas y reaccionarias, que promueven la debilidad del Estado, y en una izquierda marginal, favorable al totalitarismo ruso.

Todos estos factores han contribuido a satisfacer una necesidad, por otra parte obvia: la mera necesidad de estabilidad, más perentoria cuanto más incierta. Ya hemos dicho que el precio mayor, y sin duda excesivo, es el que ha pagado Cs. La ganancia, en todo caso, era una ganancia muy prosaica. La ganancia de una normalidad, no lastrada, no oculta, no despreciada por el tedioso escalofrío del Apocalipsis.

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