Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

España no tiene buenas biografías. En Francia la biografía es todo un género literario y no se concibe ignorar la vida de alguien reseñable. Los españoles, por no tener, no tenemos una buena biografía de Cervantes, con eso se dice todo. No sé si es por no querer a nuestros artistas o por quererlos demasiado. Y es que conocer a fondo la vida de un artista y aún la de cualquiera es caer en el desengaño. No escudriñar en los puntos débiles de quienes admiramos nos ayuda a mantener incólume nuestra devoción sin contaminación alguna. Es la mejor forma de mirar de manera limpia la obra. También es verdad que conocer al autor ayuda a conocer la obra y cuando a un artista se le venera se le perdonan sus culpas.

Es mejor escuchar una sinfonía de Beethoven sin que se nos venga a la memoria que se portó asquerosamente con su cuñada y le arrebató a su hijo. Es preferible leer a Rilke ignorando que no era un amante noble y entregado. Es mejor caer subyugados ante Dickens sin pensar que quiso meter a su mujer en un manicomio para poder disfrutar de su joven amante. Podríamos seguir hasta el infinito e incluso ejercer de abogados de los artistas y sus miserias, buscando atenuantes a sus comportamientos tales como un padre violento, una infancia desdichada, alguien que abusó, etc. No sé si el arte redime a sus creadores. No lo creo, pero hasta ahora la obra de los artistas había quedado salvada y al margen de los propios comportamientos de los creadores.

Incluso, en determinados ámbitos como el rock, se ha considerado casi consustancial a la calidad de la música la mala vida de sus autores y cantantes, llena de excesos, depravaciones y centros de desintoxicación. Se ha llegado a pensar que la droga ha contribuido no sólo a destrozar vidas sino también, y principalmente, a escribir las mejores canciones de la historia.

Algo nuevo está pasando. Pasa con Woody Allen, pasa con Michael Jackson y sus escándalos sexuales. Hay una suerte de censura que les aparta de canales de radio y televisión, que los expulsa de la industria del arte para promocionar su limpieza, su pulcritud de principios. La condena y el desprecio venden.

Nada como recurrir a Stefan Zweig y empaparse de sus incontables biografías para descubrir que ninguna vida es ejemplar del todo y que, a veces, de las miserias de nuestros comportamientos nacen nuestras mejores obras. Que nadie juzgue por nosotros.

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