Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

He pasado en mi vida, de momento, por tres grandes infecciones, aunque con desiguales efectos en mi salud: una hepatitis B, una gripe A y una fiebre Q. Mis familiares suelen decir con sorna que hasta en eso se nota que soy de Letras. Con el mismo espíritu humorístico podría afirmar que estoy a salvo del Covid-19, porque este virus viene marcado con un número. Pero claro, no deja de ser más que una broma. Nadie, excepto los que por azar genético o predisposición natural resulten inmunes, está a salvo. Así que las bromas sobre esto deberían quedarse en el universo supuestamente literario del columnista desocupado.

Sin embargo, parecería que los responsables de la marcha del país estuvieran siempre de risas en lo que concierne al control de la pandemia. Salvando también el chiste de hayan aparecido decenas de comités integrados por personas que se dicen expertos, produce poca gracia que haya opiniones tan diversas. Aunque no es de extrañar, ya que ¿cómo se puede ser experto en una enfermedad que acaba de aparecer?

En el curso del mismo día, comunidades autónomas aprovechan los malos datos de la lucha contra el coronavirus para criticar duramente al Gobierno central y los buenos para hacerse el autoelogio, mientras el Ejecutivo de Moncloa enarbola la bandera siempre optimista del que ha matado varias veces a un virus que se empeña en resucitar, ante la sonrisa imperturbable de un Pedro Sánchez seguro de lo inevitable: que esto acabará pasando.

Lo cierto es que de momento nos hemos acostumbrado a convivir con ‘el bicho’, y la comprensible relajación provocada por la bajada del número de víctimas mortales se observa cada día en reuniones familiares y de amigos, en las terrazas de los bares y, mucho más desafortunadamente, en las aglomeraciones urbanas en horas nocturnas, en las que el descontrol es evidente e imparable, y donde el corretear a los infortunados policías se ha convertido en una parte más de la diversión, partidarios ya casi todos del optimista y resignado “no hay mal que cien años dure”.

Resulta comprensible el ansia por que el covid deje de ser, no ya una amenaza, sino el monotema de conversaciones en los hogares y en los discursos, en el parte diario de víctimas y vacunados, y un factor siempre presente en cualquier plan y casi siempre para fastidiarlo. Se nos acaban los dioses a los que rogar por que esto pase, pero ánimo: un esfuerzo más, y ya está.

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