La ciudad y los días

carlos / colón

Mohamed VI como garantía

VIVÍ en el Tánger internacional hasta 1956 y en el marroquí hasta 1963. Este verano, precisamente, hace 50 años que volvimos a Sevilla. Residíamos allí porque mi padre se había ido a trabajar en el diario España en 1947, el mismo año en que el sultán Mohamed V proclamó en Tánger el manifiesto de independencia. Las autoridades francesas le obligaron a exiliarse a Madagascar. Eso le convirtió en el símbolo de la independencia. Entre 1953 y 1956 se sucedieron violentos episodios contra los europeos, de los que mi padre guarda como souvenir una cicatriz en la cabeza.

Obtenida la independencia en 1956, Mohamed V fue proclamado rey de Marruecos en 1957, convirtiéndose el sultanato en un reino. Este rey, muy querido por su pueblo, pertenecía a la dinastía Alauí, que arranca del siglo XVII pero se supone entroncada con el Profeta como descendientes de Alí, casado con la Fátima, la hija predilecta de Mahoma que en el islamismo ocupa una posición de privilegio comparable al de María entre los cristianos.

De imponente figura, recuerdo la impresión que me causaba Mohamed V cuando durante sus estancias en Tánger me llevaban a verlo ir a rezar a la mezquita sobre un magnífico caballo blanco, protegido por un parasol. También recuerdo el tremendo duelo tras su muerte, en 1961, que desató una ola de auténtico dolor y paralizó el país durante muchos días. Fue llorado como un libertador y un padre. Su sucesor, Hassan II, no tenía el carisma de su padre, pero logró mantener el prestigio del trono a la vez que iniciaba tímidas reformas parlamentarias. Su hijo Mohamed VI subió al trono en 1999 y prosiguió, siempre con cautelas, las tímidas reformas democráticas. Desde Hassan II el partido islamista fue legalizado y participa de la vida política, pero lo que subsiste de monarquía absoluta lo ha mantenido a raya hasta ahora.

En la crisis originada por el asunto del pederasta, que se inscribe en las justas reivindicaciones democráticas de los sectores más avanzados marroquíes, no debe obviarse que, pese a todas sus deficiencias, la monarquía alauí supone un freno al avance fundamentalista. No olvidemos, vistos los ejemplos de las primaveras árabes, que cuando allí se grita democracia el eco repite fundamentalismo. Y por ello no carguemos las tintas contra Mohamed VI. Nadie correría más peligro que nosotros si el debilitamiento de la monarquía permitiera el avance fundamentalista.

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