La línea que separa el amor por las cosas propias a la de estar todo el día mirándose al espejo para ver lo bello que uno es, es muy delgada. En Cádiz nos queremos mirar demasiado el ombligo y prácticamos un nacionalismo inútil en el que lo único que nos falta es cerrar las Puertas de Tierra. Mientras que el carnaval sufre la mayor expansión de su historia y en Bilbao se puede poner el cartel de completo con las agrupaciones, aquí aplicamos un proteccionismo en el que se quieren aplicar normas para que los de fuera tengan más dificultades para conseguir entradas porque el ambiente decae, cuando no ha habido nada más gaditano que salir huyendo a la cantina con una agrupación de dudosa calidad. Ahora estamos con la retransmisión puramente local. El Concurso está en manos de gente que se mueve por motivos muy distintos a los del interés del certamen. Pues nada, que el monstruo nos devore y después lloraremos.

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