El fútbol es un negocio. Lo era ya antes, aunque en menor escala, de que las sociedades anónimas fagocitaran a los clubes de fútbol y los convirtieran en empresas con múltiples intereses creados. Desde este punto de vista resulta lógico, y lícito, que sus dirigentes traten de exprimir al máximo el apartado de los ingresos para hacer frente a los cuantiosos gastos. Pero una cosa es perseguir el beneficio con cabeza y buenos proyectos y otra es arañar cada céntimo que se pueda sin tener en cuenta los factores que rodean a este deporte y, sobre todo, a los aficionados que sustentan con su presencia en el estadio, y también con la compra de los partidos televisados, a este fútbol nuestro de cada día.

Aquí, en Cádiz, 10.000 personas han vuelto a renovar su carné de abonado para la próxima temporada, aunque no se sabe si porque no pueden vivir sin ver cada dos semanas al equipo amarillo o porque confían ciegamente en el recurso de los dirigentes y se muestran seguros de volver a ver al Cádiz en la división de plata, una circunstancia que se antoja complicada a priori con sólo conocer la fecha en la que dará a conocer su fallo el próximo comité, con la Copa del Rey iniciada y con la liga a unas horas de su arranque.

Pero ahí están los 10.000 rascándose el bolsillo en tiempos de crisis. Y tras hacerlo se encuentran con un Trofeo Carranza en el que el precio de las entradas, abonos incluidos, parecía más de Champion que de un torneo veraniego con equipos buenos pero sin tirón. Y, claro, el personal no respondió. Entre otras cosas porque sabe que si el Cádiz gana el recurso, tendrán que volver a rascarse el bolsillo, en una decisión que los dirigentes amarillos deberían replantearse. Cobre usted más al que se haga socio cuando se conozca el recurso, pero no a los que ya se han comprometido. Sería un detalle. Y otro sería bajar los precios de las bebidas en el estadio: por ejemplo, 1,50 euros por un botellín de agua de 33 cc. ¿Dónde va, hombre?