Miedos difusos

A pocas cosas hemos de temerle más que al miedo, porque el valor se echa el futuro sobre los hombros

Me temo que me creo valeroso. Cito a menudo y con delectación a Antonio Machado: "Ser bueno es ser valiente", y canturreo el hermoso himno apócrifo de los Tercios Viejos: "Sólo es libre el hombre que no tiene miedo". Pero me lo temo porque quizá no lo sea, y nada me da más pavor que no tener coraje.

Ya tenía inquietantes indicios. Como aquella madrugada que cruzaba un barrio tenebroso con mis hermanos Jaime y José Mateos. De pronto, de detrás de unos contenedores, un repentino ruido atronador se nos echó encima. Cuando nos rehicimos del susto, vimos que eran dos gatos asustados que habían saltado de la basura, pero yo, inconscientemente, había agarrado de los hombros a José Mateos y me lo había puesto delante de escudo humano. Me miraba atónito. Fue bochornoso: el instinto de conservación me dejó de pena. No piensen que no tiré de Jaime (que me habría cubierto más) porque la sangre sea más espesa que el agua. Más que la consanguinidad, pesaron, ay, los kilos. Como adarga, Mateos resulta más manejable.

Lo he recordado porque hace un rato mi ducha ha hecho unos gargarismos asmáticos y se ha quedado sin agua. Me he quedado helado. Entre crisis energéticas, alarmas sanitarias, erupciones volcánicas, rumores de maremotos y riadas repentinas, se ha instalado en mi subconsciente -vuelvo a temerme- una sospecha de fin del mundo o, como mínimo, de catástrofe inminente. Esta desconfianza difusa en el futuro es un elemento constitutivo básico de nuestra actualidad. El otro día un amigo me confesó que le vendrían bien a su manuscrito tres o cuatro años de maduración, pero que no sabía si se iba a hundir el mercado editorial o si el nuevo ecologismo iba a prohibir la tinta o el suministro de papel, así que lo iba a publicar ya, para que el Armagedón le cogiese con una bibliografía.

Bromas (muy significativas) aparte, igual que me ha pasado con el corte del agua corriente, sucede a muchos con la edad de jubilación, con los precios de la luz, con la inflación, etc. El miedo empieza a asomar la patita por debajo de la puerta y es muy mala noticia. Porque el valor nos hace falta para ser buenos y, sin él, no se es libre. En concreto, ¿quién va invertir o quién va a emprender? Y todavía más importante, ¿cómo tener hijos si no ya el futuro, sino el mismo presente nos atenaza con sombríos presagios? "Dame, Señor, coraje y alegría/ para escalar la cumbre de este día", rezaba Borges.

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