ES un drama, una tragedia sin paliativos. Por muchos esfuerzos que haya hecho la ministra Mato para tratar de lanzar un mensaje de serenidad y repetir que se han tomado todas las medidas para evitar el contagio o localizar a las personas con las que la afectada de ébola ha tenido contacto, la alarma es generalizada. Y existen razones para esa alarma, no sólo porque se trata de una enfermedad para la que no existe remedio eficaz cuando se encuentra ya en una fase de pleno desarrollo -como ocurrió con los dos religiosos trasladados a España-, sino porque cuando llegaron a Madrid esos dos religiosos se aseguró que se habían tomado todas las medidas necesarias para garantizar que no se podía producir el contagio.

La noticia es muy mala, la prueba es que ha sido recogida por todos los informativos del mundo. Es el primer caso de europeo afectado en Europa; hasta ahora los enfermos tratados en los países europeos habían sido infectados en alguno de los países africanos en los que,desgraciadamente, el ébola se transmite a una velocidad de vértigo ante la desazón de las autoridades sanitarias que se ven inermes para luchar contra un virus cuyo solo nombre provoca espanto.

El Gobierno, no cabe la menor duda, trajo a los dos sacerdotes con la mejor intención y haciendo un esfuerzo ímprobo para tratar de salvarles la vida. Lo merecían, por su entrega a los demás y por su inmensa generosidad. Y pusieron también las medidas que consideraban más eficaces, las que recomendaba la Organización Mundial de la Salud y los expertos consultados.

Toda precaución fue poca. Algo falló. Hay quien exige responsabilidades, pero no es el momento. Ahora, lo prioritario, es atender a la enfermera afectada -y a quienes se encuentran en observación- y poner en marcha un plan de choque para impedir posibles contagios.Y lo urgente es también investigar dónde se produjeron los fallos, para detectar por qué y cómo se contagió la auxiliar de clínica. Como es urgente analizar los pasos de la enfermera y mantener bajo control a todas las personas que le son cercanas, familiares, amigos, compañeros de trabajo, así como aquellas con las que ha podido tener un contacto eventual desde que dieron la cara los primeros síntomas de la enfermedad .

No es hora de lamentos, aunque haya motivos para lamentarse. Es hora de actuar con prudencia para impedir nuevos contagios y sobre todo es hora de trabajar incansablemente para que desaparezca el peligro. Ya llegará el momento de exigir responsabilidades si las hubiera. Ahora hay que trabajar para erradicar el brote.

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