Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Memoria histórica y noble mentira

Que nadie confunda la imbecilidad industrial y vírica con el noble arte de la mentira

David DePape es un ciudadano norteamericano que considera, entre otras cosas, que Auswitch no existió, que hay un proyecto oculto de adoctrinamiento trans en las escuelas norteamericanas y que Donald Trump ganó las elecciones. Desde su punto de vista, Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, es el anticristo. Por ello, allanó su casa y, no estando ella, rompió el cráneo a su marido de un martillazo, todo esto según documentos hechos públicos por la Fiscalía de California. Sin embargo, como ilustra un extenso reportaje del New York Times, no pocos dirigentes del partido republicano han manifestado en la red sus dudas sobre esta versión, inclinándose por la tesis de que, en realidad, el señor Pelosi había contratado un puto y en dicha aventura gay extramatrimonial, salió trasquilado. El nuevo dueño Twitter dio también cierto pábulo a estos rumores, para gloria del pluralismo informativo.

Sobre estos mimbres difícilmente se sostiene una democracia bien ordenada, pero que nadie confunda la imbecilidad industrial y vírica, venga de quien venga, con otras dimensiones, nobles e indispensables, del arte de la mentira. Por obvios motivos, me he acordado estos días del maridaje entre mentira y memoria histórica que practica el director Tarantino. Es una mezcla que venero, ya que, como me reprocha mi amigo, el historiador Sebastián Martín, padezco cierto recelo frente a la verdad estatal y una clara debilidad a favor de la memoria e ilusión privada. En el cine de Tarantino, como saben, Hitler muere asesinado por la Resistencia en un teatro francés, la esclavitud es vencida por un particular Espartaco negro, y los "putos hippies" de la banda Charles Mason no matan a Sharon Tate, sino que son pasados a cuchillo en el intento por un hombre muy guapo bajo los efectos del ácido. Esta memoria mentirosa, que tiene antecedente en el único artista español que ha matado a Franco, el genial Francisco Regueiro, y su Madregilda, en nada nos engaña, pues somos conscientes de su antirrealismo y falta de rigor histórico. Sin embargo, cómo negar que por unos momentos nos eleva, al tiempo que nos ilustra y pone en guardia frente a los rostros eternos de la mezquindad humana. Rostros como el de los comuneros de Charles Manson, ensimismados en el eco conspiranoico y tribal de aquel rancho en California que vendría a ser un QAnon analógico, menos poblado y peligroso que aquel digital en el que habita David DePape y quienes piensan que él es el chapero despechado del señor Pelosi.

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