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EL ALAMBIQUE

Francisco / Lambea

Medio Ambiente

EL día del Medio Ambiente es ineludible cita para seguir reflexionando sobre nuestro comportamiento con el planeta y, dentro de esa contrición, sobre el cambio climático, fenómeno del que, mientras más se habla, más se desconoce, pero que ya ha alcanzado la dignidad de artículo en los estatutos de autonomía, traduciéndose en la vida cotidiana en la causa esgrimida por el contribuyente tipo ante el hecho de que los cielos no se comporten como él desea o espera. Así, si hace calor en verano es por el cambio climático, pero también si lo hace en primavera, otoño o invierno. Del mismo modo y por el referido trueque, un día amanece lloviendo para luego salir el sol, mientras que a la jornada siguiente es el Lorenzo quien saluda orgulloso y a la postre amenazan nubarrones, lo que concede a Al Gore, desde sus lejanías de insigne ex candidato derrotado, el privilegio de la verdad metafísica.

Aquí, en El Puerto, ciudad de las cien peculiaridades, hay que unir, a las consideraciones genéricas de la jornada, la circunstancia de que la concejalía de Medio Ambiente acostumbre a variar de titular en una rotación más frecuente a la registrada en otras áreas ( con lo que, bien mirado, no hace sino cumplirse con una de las máximas del conservacionismo: el reciclaje ). He conocido personas, de apariencia feliz, que un infausto día fueron nombradas para dicho cometido, así, como quien no quiere la cosa, por el mismo insondable designio por el que les podrían haber encargado la reducción del remanente negativo de tesorería o el adecentamiento de exornos lúdicos, personas que, encaminándose al edificio también conocido (¿guiños del destino?) como el antiguo matadero, se introdujeron en ese sobrio castillo donde, cuenta la leyenda, habita una maldición (según algunos, inspirada por el único fantasma con barba del que se tiene noticia en la tradición occidental) por la que el recién llegado acaba huyendo como alma que lleva el diablo, con tanta vida orgánica como escaso futuro político de esa especie de triángulo de las Bermudas de la actividad pública en que parece haberse erigido el inmueble.

Lo cierto, es que, al igual que la política es algo demasiado serio para dejarla en manos de los políticos, el medio ambiente es demasiado importante para dejarlo en manos de los hombres.

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