La tribuna

manuel Machuca

Medicamentos de ida y vuelta

ESCENA real: un señor de origen chino acude a una farmacia. Solicita dos cajas de tres medicamentos genéricos diferentes, de uso muy común en nuestro país y ruega que a ser posible tengan la fecha de caducidad muy larga. Ante las preguntas que le hace el farmacéutico, el hombre aduce que no son para él, sino para enviárselos a sus familiares a China, ya que no pueden comprarlos por carecer de poder adquisitivo suficiente.

Son medicamentos de un precio venta al público de unos dos euros por envase. Desconozco cuánto cuestan en las farmacias de China, pero resulta paradójico que para que un paciente de ese país comunista asiático pueda acceder a ellos, muchos de ellos fabricados en su propio país o por vecinos cercanos, tengan que dar la vuelta al mundo.

La observación de esta escena, mi estupefacción ante lo que estaba presenciando, me ha dado para reflexionar sobre muchos aspectos acerca de los medicamentos. Cada uno de ellos daría al menos para un artículo y no pocas y ricas discusiones, así que limitado por el espacio que ocupan estas tribunas y por la paciencia de quienes me lean, voy a tratar de sintetizar, no irme demasiado por las ramas y tratar de ir de lo más global a lo más local. Ahí van.

¿Es esto la globalización?; ¿la globalización consiste en que un país posea la tecnología necesaria para fabricar un medicamento a precios muy bajos, en condiciones laborales más que dudosas, y que parte de su población no pueda acceder a ellos?

¿Qué somos en Europa, aliados comerciales de esos países o cómplices de sus políticas?; ¿miramos para otro lado a fin de salvaguardar la delicada sostenibilidad de nuestros sistemas sanitarios, a costa de que en otros países no puedan disfrutar de los derechos que tenemos aquí?

¿Cuál es el precio de un medicamento?; ¿cómo puede ser que tratamientos que costaban treinta, sesenta euros mensuales hace diez o quince años, hoy lleguen a valer incluso menos de un euro, caja de cartón, blíster y empaquetado incluidos, y exista quienes ganen dinero con ello?; ¿cuál es el coste social que estamos pagando?; ¿se podrían fabricar medicamentos en España a cincuenta céntimos la caja empleando a trabajadores de aquí, con los derechos laborales de aquí, aunque estos derechos vayan para abajo?; ¿para tener una industria competitiva deberíamos acercarnos a esas condiciones de trabajo?

¿Cómo afectan las políticas economicistas en torno al medicamento?; ¿cuántos trabajadores han puesto en la calle las subastas de medicamentos en Andalucía, en farmacias, distribución e industria farmacéutica?; ¿cuántos puestos de trabajo han generado las industrias que han ganado estos concursos?; ¿dónde fabrican, cómo pagan a sus trabajadores?; ¿es legítimo ahorrar en medicamentos y destruir empleo, teniendo que pagar subsidios a despedidos que antes contribuían a la sostenibilidad del Estado, simplemente porque ambos aspectos pertenecen a epígrafes contables diferentes y los sufragan administraciones diferentes?

¿Es el precio del medicamento su único coste?; ¿por qué se pone tanto empeño en disminuir precios y en cambio ninguno en establecer mecanismos de control sobre los efectos, cuando se sabe que sólo alcanzan lo deseado cuatro de cada diez, y las consecuencias humanas y económicas para la sociedad suponen un coste muy superior?

Son muchas preguntas, quizás demasiadas. Reconozco que a muchas de ellas me siento incapaz de contestar, pero otras me causan hastío, me parecen como clamar en el desierto ante un sistema sanitario público tan lleno de prejuicios como de epígrafes ideales para echarle la culpa a otro. Porque la pobreza económica de países como el nuestro no es la causa de ningún mal sino la consecuencia de esa cortedad de miras.

Soy consciente de que esto que afecta a los medicamentos puede extrapolarse a muchas otras industrias y aspectos de la vida de las llamadas sociedades opulentas, todas hipermedicalizadas, hiperconsumistas y, sin embargo, tan frágiles en los mimbres que la sostienen a costa de empobrecer a más zonas del planeta.

Resulta descorazonador este concepto de globalización. Me causa una profunda desazón esa ley del más fuerte a la que las fuerzas conservadoras denominan competitividad o libre mercado; pero también me parece hipócrita vender como progresistas medidas presuntamente sociales para nosotros que generan pobreza y desigualdad puertas afuera de nuestras fronteras. El Mediterráneo, en su superficie y en sus fondos, es testigo de las consecuencias de muchas de estas actuaciones.

Y para finalizar los trazos que conforman este artículo se me ocurriría una última pregunta, dirigida a quienes temen la eclosión de nuevas organizaciones sociales y políticas, ¿es este el mundo que quieren conservar contra viento y marea?

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