Columna de humo

José Manuel / Benítez Ariza

Mayo

Si abril era "el mes más cruel", según decía el poeta, mayo no parece andarle a la zaga. Terminó el mes de mayo más amargo de los últimos años. Al menos, sobre el papel. Porque lo cierto es que, en la calle, este mes de mayo lleno de anuncios pesimistas, de recortes y de malos augurios, ha sido tan festivo y ceremonial como siempre. Comuniones, bodas (religiosas o civiles, tanto da), graduaciones, fiestas fin de curso: después del largo y riguroso invierno, mayo ha sido una fiesta. Y, como todas las fiestas, ha sido más producto de la voluntad de los participantes en la misma que de los severos condicionantes de la realidad. Si de éstos últimos dependiera, la mayoría de las comuniones y bodas se hubiera suspendido. No hay futuro, dicen todas las previsiones, resulta insensato endeudarse para dar un banquete a cien invitados, e inmoral gastarse el sueldo de una quincena en un traje nuevo.

Sin embargo, salía uno a la calle y no podía evitar tropezarse con alguno de esos tropeles festivos en los que concurren hombres enchaquetados y mujeres vestidas de fantasía. Casi siempre, delante de una iglesia, un ayuntamiento, un juzgado; es decir, de uno de esos locales públicos que prestan su solemnidad y su aforo a quienes no poseen un palacio, un jardín amplio o una capilla privada para reunir a los suyos. Hombres con chaqueta y corbata, decíamos, como los políticos cuando ofician en lo suyo, o los hombres de empresa cuando acuden a sus despachos; y mujeres con trajes de fiesta y sombreros caprichosos, como los que lucen las actrices de moda, las esposas de los banqueros y las queridas de los toreros en las revistas del corazón… Es decir, hombres y mujeres normales y corrientes que imitan, por unas horas, la elegancia de las clases altas, aunque un vistazo atento a sus prendas permita apreciar que esos trajes de chaqueta no están hechos a medida, como los de los políticos, ni esos vestidos alegres tienen la firma de un diseñador de moda, como los de las ricachonas y las fulanas… Hace uno sus cuentas y calcula que lo gastado en cualquiera de estas fiestas bastaría para enjugar la deuda de una familia apurada, o para encarrilar definitivamente la suerte torcida de algunos de los inadvertidos celebrantes. Cuesta el traje de comunión lo que un verano aprendiendo idiomas en el extranjero; cuesta el chaqué lo que el arriendo de un local para emprender un pequeño negocio.

Y, sin embargo, es uno firme partidario de estas alegrías de pobres. Y detesta profundamente a los agoreros que, al cruzarse con alguna de estas compañías festivas, pronuncian el consabido veredicto: "Sí, sí, mucha crisis. Pero ahí los tienes, gastándose en fiestas el dinero que no tienen". Casi nadie lo tiene ahora. Pero, por eso mismo, las ganas de divertirse (de olvidar las desgracias, en definitiva) son mayores que nunca.

benitezariza.blogspot.com

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