El martes 4 de octubre llegó a Cuba el ciclón Matthew. Entró por la provincia de Guantánamo, la más oriental del país, causando daños considerables en Maisí, Baracoa y otras poblaciones, así como en la vecina provincia de Santiago. Los días anteriores la televisión no cesaba de alertar a la población de los peligros del ciclón, animándoles a proteger las viviendas, comprar velas para cuando se cortara el suministro eléctrico, adquirir víveres y agua, etc. Se tomaron muchas medidas para proteger, en primer lugar, las personas, y también los bienes públicos. Más de un millón de personas fueron evacuadas, teniendo que dejar sus casas por estar éstas cerca del mar o ser de madera. Los desplazados encontraron refugio en casas de amigos o familiares y en centros habilitados por las autoridades, como polideportivos, escuelas, e, incluso, iglesias. Gracias a todo ello no se han producido víctimas mortales. A veces a mí me da la impresión de que existen muchísimos, demasiados, organismos en Cuba para organizarlo todo, pero la verdad es que, en esta ocasión, las instituciones implicadas han funcionado perfectamente.

Ahora se trata de organizar el "ciclón de la solidaridad" para reconstruir las zonas devastadas. Brigadas de soldados o trabajadores procedentes de toda Cuba se están desplazando hacia oriente para restablecer el tendido eléctrico, liberar los caminos de los árboles derribados, ayudar en la reconstrucción de las casas, etc. A esa solidaridad pública se une la de los particulares, entre ellos las iglesias, que están recogiendo víveres, ropa, calzado, dinero, etc., para ayudar a los damnificados. Matthew pasó por Cuba, dañándola. La buena organización y la solidaridad ayudarán a paliar sus efectos negativos.

Otro tema: felicidades a los colombianos que apostaron por la paz y han recibido el Premio Nobel. Y vergüenza para aquellos que, también en la Iglesia, mantuvieron un silencio irresponsable y bochornoso frente al proceso de paz.