Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Matriz

DA cierto repelús pensar que la atribución del poder en el mundo dependa, entre otros factores, del pudor, la rabia o el desprecio que suscite entre los votantes el melodrama secreto que se representa en el útero de una adolescente carirredonda y de labios protuberantes que vive en una ciudad de Estados Unidos, que la determinación de las futuras declaraciones de guerra o la generosidad en la firma de tratados dependa en cierto modo de las reacciones morales que suscite el embarazo de Bristol, la hija de 17 años de Sarah Palin, la aspirante ultraconservadora a la vicepresidencia de América por el Partido Republicano. Pero así es. La suerte de los soldados norteamericanos desplazados a las guerras, la fe en el medio ambiente, la solidaridad, la geografía política del mundo y la fortuna de las relaciones diplomáticas de los países aliados están vinculados de alguna manera a ese feto de madre soltera de cinco meses que sobrenada en una bolsa de líquido amniótico. Según los análisis de los más versados politógolos, ese proyecto humano que prospera, marcado por la sombra del pecado, en el vientre de la hija de la candidata tiene un valor estratégico inmediato superior al territorio de muchas naciones del Tercer Mundo.

Las inquietantes creencias de Sarah Palin acerca de los homosexuales, la pena de muerte o el uso indiscriminado de las armas de fuego tendrán menos poder decisivo en las elecciones norteamericanas que la incorrección moral que supone el embarazo de la niña Bristol o la revelación de que el marido de la candidata fue arrestado hace veinte años por conducir borracho. ¡Tremenda y corrosiva resaca la de este personaje anónimo que, dos décadas después de la homérica sesión de whisky, ha sumado su yerro a los pecados del entorno transgresor de Palin!

Qué extrañas las crónicas periodísticas de la carrera a la Casa Blanca. Parece como si los sucesos de que dan testimonios (un embarazo a destiempo, una cogorza enconada, un porro mal fumado) fueran actos monstruosos o nunca vistos. Leyendo los prolijos y minuciosos relatos sobre el huracán Gustav que han aparecido en medio mundo se podría sacar la errónea conclusión de que los grandes vientos sólo soplan en Norteamérica, y que las únicas víctimas que causan las tormentas son necesariamente norteamericanas. Revelaban ayer con escándalo los periódicos, incluidos los diarios de provincias de esta parte del mundo, que además de la preñez de Bristol y de la moña del marido, Palin profesó la "ideología del partido independentista de Alaska" que, como nadie ignora, es una especie de nacionalismo aterido o de helado a las vasca.

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