Opinión

Abel / Veiga

Matar la libertad de expresión

MASACRE en París. Muerte y terror. Terrorismo en estado puro. Odio e ira. Violencia y horror. Sin piedad. Ejecuciones. No sólo han matado la libertad de expresión, han asesinado a sangre fría, premeditadamente, a periodistas y policías. Se podrá discutir lo acertado o no de satirizar una religión, un credo, unas ideas o lo que sea. Se podrá hacerlo desde nuestros ojos en la vieja Europa, cuna de libertad y tolerancia. Pero que la consecuencia sea el asesinato, la amenaza, el miedo, el terror, es otra cuestión. Han muerto al menos doce personas. El semanario satírico Charlie Hebdo estaba amenazado desde que en 2006 publicó una viñetas sobre Mahoma que reproducían, en defensa de la libertad de expresión, a su vez las caricaturas que otro diario danés había publicado, acompañadas de los retratos de varios de sus dibujantes. Algunas organización islámicas demandaron judicialmente al semanario que resultaría absuelto. El tribunal entendió que no se atacaba al islam, sino a los integristas. Y el integrismo no entiende de leyes ni de democracias occidentales.

Grupos y grupúsculos islamistas habían puesto en la diana al mismo. En 2011, un cóctel molotov había incendiado parte de la sede del semanario periódico. Ahora, redactores, administrativos y policías han pagado con su vida la locura y el radicalismo de los más intransigentes, los que no entienden de libertades ni de justicia. El director del semanario y tres de sus dibujantes murieron en el atentado.

La mordacidad, la crítica, la reivindicación, la parodia, la sátira no pueden conducir a la muerte. Portadas polémicas y viñetas igualmente polémicas son libertad de expresión. Como los textos, como las opiniones de todos y cada uno de nosotros. Nos gustarán más o menos, serán más o menos deplorables, pero libertad y censura no casan. El límite, el respeto a los derechos de los demás, la dignidad humana. Podrán conducir a la crítica, a no compartir postulados ni premisas, ni puntos de vista, pero todo dentro de la sana lógica de la discrepancia intelectual. Años luz median entre la cultura y la libertad europea y lo que se practica en otros países del mundo, donde la tolerancia no existe, donde la discrepancia se aplaca, donde los ciudadanos sólo son súbditos, donde los derechos humanos se evaporan en la nada o en la arena del desierto, y donde la libertad es sólo una quimera que ni en la tinta de los libros existe.

Europa deriva y bascula hacia la xenofobia. No lo queremos ver. También hacia la islamofobia. Lo estamos viendo en algunos países y ciudades europeas. Vemos desde nuestros confortables hogares lo que sucede en Libia, Siria, Iraq y en tantos otros países que poco o nada nos importan. Opinamos de todo pero nos cruzamos de brazos salvo los que hacen de la guerra negocio. Estamos viendo la barbarie que el Estado Islámico está haciendo pero miramos hacia otro lado y creemos que Europa, la vieja, culta y antigua Europa está blindada y a salvo, pero nos equivocamos. La multiculturalidad hace mucho tiempo que ha hecho aguas. En Francia lo saben bien, no hace muchos años la región de París ardía en sabotajes y guerrillas urbanas entre la miseria y el descontento de muchos inmigrantes que nunca han terminado por integrarse. No analizamos ahora causas, porqués ni culpables de esa no integración. El polvorín está entre nosotros mismos. Un polvorín que no se tapa con silencios públicos ni sociales.

El semanario ha pagado un alto precio por sus sátiras. Y ninguna sátira merece ese precio ni nadie está legitimado a cobrarlo. Es la libertad la que ha sido asesinada, entre el dolor increíble de doce familias rotas y otras tantas de heridos de gravedad. Es el corazón de Europa el que se aflige con este atentado y el que debe descubrirnos los ojos y quitar vendas. El islamismo radical, condenado por los musulmanes, por muchos musulmanes, está también en Europa, no en el Magreb ni en Oriente Próximo únicamente.

Sangre en París, en las calles de París. La ciudad de la luz se tiñó de sangre y penumbra por unos minutos. No podemos tener miedo ni claudicar ante los violentos. No tienen razón ni moral, legitimidad alguna. Han asesinado a doce personas sin culpa, sin miedo. Sabían que podía suceder algo. Pero posiblemente nunca imaginaron que la locura y la sinrazón llegaría hasta este extremo. No miremos hacia otro lado. No seamos indiferentes. No permitamos que nos arrodillen los violentos.

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