Y a usted, ¿le atienden?

Pedro Caballero- Infante / Caballeroinf@ Hotmail.com

Marisa

EL matrimonio de Don José fue tan corto como imborrable. Lo destruyó la parca, que no los tribunales. Su andadura conyugal fue más allá de lo meramente propio de una pareja al uso, pues Marisa, así se llamaba su mujer, por su condición de ATS-DUE, trabajaba en el laboratorio de análisis clínicos anexo a la Farmacia.

Esta afinidad laboral le sirvió a Don José, entre otras muchas cosas, para observar con distanciamiento stanislavskyano a sus paisanos andaluces.

Marisa era alicantina, guapa, culta y fina. Aprendió muy pronto la dialectología andaluza gracias a su cariño y sensibilidad con la gente. Le preguntaba a las clientas de la Farmacia por cómo se hacía un potaje y cuando le decían:

-Usté pone en remojo dos armorsá de chícharo la noche denante.

-¿Cómo…?

La forastera ponía cara de póquer hasta que su marido le explicaba en qué consistía esta unidad de volumen. Si otra pregunta se refería al tiempo de cocción la contestación era:

-¿Qué cuántos minuto…? Los que jaga farta, pero… ¡usté lo deja a su amó!

-¿A su amor?

-Eso é. ¡Vamo… hasta que usté vea que está comé!

Conversaciones y tratos de este tipo fueron haciendo de Marisa una andaluza de pro a la que Don José la podía sorprender diciéndole a Carmela:

-Todo se te va en relatá. Lo que tienes que hacer es ponerte firme con Manolo y que te ayude más en casa.

El boticario recuerda con permanente melancolía estas escenas cuando tiene que aconsejar a sus pacientes sobre medicamentos complejos, forma de adecuarlos para su correcta administración y fundamentalmente sobre pesos y medidas. La dispensación de un fármaco lleva implícito un conocimiento de la idiosincrasia social del paciente y su terminología.

De tiempo inmemorial hay una medida de volumen para las preparaciones líquidas orales que se basa en las cucharas. La sopera, de aproximadamente diez centímetros cúbicos, y la cucharilla de café, de cinco. Hay, también, jarabes y gotas que llevan incorporados una jeringa de plástico graduada que facilita el ajuste de la dosis:

- a como encuentro yo ahora un prasticante.

Don José ha de explicar que la jeringuilla no es para inyectar sino para dosificar. Con cosas como estas, el farmacéutico, no deja de rememorar a su añorada compañera. Recuerda el día que entró Damián, cosa rara, en la Farmacia. Este hombre era desbravador de caballos. Su impresionante físico hacía honor a su varonil trabajo.

Damián era tan bruto como buena gente y Marisa, que había visitado en alguna ocasión su vivienda, le dijo un día:

-¿No le dan miedo las ratas?. Porque tiene que haberlas.

-¿Que si hay ratas…?. ¡Una jartá!

-¿Grandes?

-Como conejo. Da hasta da vergüensa jumá delante de ella.

Este mismo Damián fue el que, ante un frasco de jarabe que le había mandado el médico para una tos terrible y habiéndole dicho Marisa que la dosis era de tres cucharadas al día, le espetó:

-¿Ná má que tré pá esta ?... Serán tré, pero... ¡con er cucharón der gaspacho!

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