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Tribuna

José Antonio Hernández Guerrero

Diez años sin Mariano Peñalver, el primer rector elegido de la UCA

Cuando ya han transcurrido diez años del fallecimiento de Mariano Peñalver -uno de los pocos sabios que he conocido y una de las personas de más talla intelectual y de mayor densidad ética de nuestra sociedad gaditana-, siento el deseo, la necesidad y la obligación de expresar mi gratitud por su importante aportación a la búsqueda y al ejercicio de la sabiduría, y al cultivo y al disfrute de la belleza abriéndonos el apetito de reflexionar, de conversar y de colaborar en la construcción y en la mejora de nuestra Universidad como lugar de encuentros y de nuestra provincia como espacio de convivencia. Pensador de las cosas elementales y de la simplicidad de la vida, su reflexión, sustentada en un fondo de honradez y en un sustrato de libertad, nos sigue transmitiendo vehementes deseos de vivir y de copiar algunas de las ideas que alimentaron su forma vital de situarse en nuestro mundo. Recuerdo cómo su filosofía, su pasión por la palabra, su afición musical, su cultivo de la amistad y su devoción a la familia, además de explicarnos diáfanamente su manera de vivir, nos ayudaba a comprender nuestra propia vida proporcionándonos claves eficientes para que valoráramos y viviéramos las múltiples dimensiones de la existencia humana. Preocupado permanentemente por cuidar con esmero la palabra exacta, siempre expuso sus opiniones controlando el tono y evitando que sus juicios, por muy críticos que fueran, se pudieran interpretar como tentaciones mesiánicas de salvar a la humanidad o como una sutil murmuración.

Podemos recordar, por ejemplo, cómo proponía la ética como la filosofía primera, como un saber superior, frente a los que, como por ejemplo, Hegel -prescindiendo de la consideración de factores tan vitales como los sentimientos- defienden que: "Todo lo importante toma la forma de guerra" [...] porque "La guerra tiene un valor moral positivo". Inspirándose en la tradición bíblica, siguiendo a Lévinas y, más concretamente, a Ricoeur en su obra Amor y justicia, nos explicó cómo la justicia tenía que estar subordinada -más que al interés, la base de la violencia- a la idea de "caridad".

Mariano Peñalver explicó la filosofía como la reflexión sobre los otros y vivió la vida ocupándose de los otros. Recuerdo cómo insistía, una y otra vez, en que a los otros hemos de verlos, no como obstáculos, sino como corresponsables y colaboradores. Su propuesta era un humanismo del otro hombre, del hombre que se responsabiliza y que responde totalmente por el otro. Por eso nos animaba para que nos acercáramos a los otros, no sólo para conocerlos, sino para establecer con ellos una relación ética que nos obligara a implicarnos en sus problemas. Por eso él insistía tanto en el diálogo como la única senda para construir el bienestar necesario y, por lo tanto, posible. Por eso habló y escribió de la obligación de reconocer que ninguno es poseedor de toda la verdad y de aceptar que el otro tiene algo que decir, y de que negociar es ceder. Por eso nos animó para que trabajáramos permanentemente unidos, para que llegáramos a acuerdos, para que pactáramos alianzas y para que colaboráramos en proyectos comunes. Por todo esto, querido Mariano, no podemos olvidarte.

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