YA empezamos. Faltan nueve meses para las elecciones municipales y los candidatos se placean por todos los lugares donde haya vecinos, es decir, votos. Por los lugares pertinentes, pero también por los impertinentes. Por ejemplo, por los colegios.

Los alcaldables de Sevilla, Juan Espadas (PSOE), y Juan Ignacio Zoido (PP), aprovecharon el inicio del curso escolar para plantarse en sendos colegios de la capital. El segundo, que está ahora en la oposición, visitó, claro es, un colegio en mal estado, para denunciar la gestión del gobierno municipal. El primero, del partido del actual alcalde, se fue a un colegio en perfecto estado de revista, como ensalzando la gran labor de los socialistas, que él piensa incluso mejorar.

A Zoido, acompañado por su jefe y mentor Javier Arenas, le cerraron el paso los directivos del centro visitado porque ni siquiera habían pedido autorización para personarse allí en horario lectivo. Espadas sorteó la petición de permiso acudiendo de la mano del concejal delegado de distrito -también socialista- y en calidad de "ciudadano particular acompañante". Pero ¿qué ciudadano particular visita un colegio avisando previamente a fotógrafos y cámaras? No le demos más vueltas: los dos estaban allí como candidatos a alcaldes y porque son candidatos a alcalde.

Ninguno tiene justificación. Les sobra tiempo, casi nueve meses de precampaña electoral y dos semanas de campaña, para presentar y defender sus respectivos proyectos para la enseñanza, que en todo caso habrán de limitarse a la conservación y mantenimiento de los colegios, único terreno en el que dispondrá de competencias aquel de los dos que llegue a la Alcaldía. Ni hay urgencia en explicar la política sobre colegios ni su gestión educativa es tan importante como para ese despliegue de actividad y propaganda.

Deberían ser más cuidadosos, ellos y todos los candidatos de todos los sitios, para no excederse en sus ansias de presencia pública. Nos resignamos a verlos todo este tiempo hasta en la sopa y oírlos a cualquier hora hablando sobre cualquier asunto, vale. Aceptamos, qué remedio, que acudan a fiestas y procesiones, que no falten a espectáculos musicales y deportivos de mucho público, que se reúnan con todos los sectores sociales a los que haya algo que prometer, que no haya fotografía en la que no salgan, que saluden a sonrientes pescaderas y alegres fruteros, que viajen en metro y autobús sin saber cuánto cuesta el viaje y con unos séquitos ilustrativos de la falta de espontaneidad del hecho... Pero, por favor, dejen fuera de su circo a las criaturas que no se pueden defender. Dirán las madres: quiten sus sucias manos de mis hijos. Como si fueran pederastas. Políticos, naturalmente.

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