DESDE MI CIERRO

Pedro / González / Tuero

Manolito

No fue un personaje más en esta Isla de todos. Ni mucho menos un benefactor ni un erudito de su historia o de su cultura. Ni político a la sazón, ni nunca. Ni persona mesurada, ni discreta. Más bien no fue nada, pues. Y, precisamente por eso, de él escribo. No sé si se lo debía o no, aunque sí sé que esto le hubiese gustado. Manolito -como yo lo nombraba- fue durante tiempo un amigo. Luego, por las cosas que son, esa amistad se fue diluyendo por su culpa o por la mía, no sé. Pero me daba alegría verlo de vez en cuando, y a veces miedo, también. Su deterioro físico era cada vez más evidente, y no me extrañó cuando supe su muerte el pasado martes al leer su esquela en este periódico. Luego, en su sepelio me enteré lo mal que había estado en estos últimos días cuando, ingresado en la dichosa uci, se debatía contra la muerte, que al final le pudo.

Y en esta Isla de todos, personajes o personas como él hay muchos. Gente que algún día se morirán como todos y simplemente una esquela, si la tienen, será lo único que de propaganda tengan, aunque muertos. Gente de esta Isla, como en cualquier sitio, que pasarán sin pena ni gloria, por este jodido entretenimiento que es la vida, dicen. Y Manolito fue uno más. Pero con más pena que esa gloria. Si bien, esa resignación cristiana que dicen, y que yo creo que él la tenía, le ayudó a soportar lo que le había tocado y se agarró al Medinaceli y a su Trinidad para subsistir en lo que pudo. Recuerdo aún, cuando hace ya algunos años me ayudó en la confección de mi pregón a la mantilla, a distinguir los encajes de blonda o los hilos de oro de los tocados de nuestras vírgenes isleñas, porque, Manolo Delgado, era un buen bordador y de esto entendía. Muchas veces le recriminé su abandono de este menester, pero él era más adicto a lo que dicen que es malo e inconstante para lo bueno.

Sería mezquino por mi parte ahondar en su faceta negativa. Me quedo con el Manolito alegre y anecdótico, con el bordador profesional y hasta, a veces, serio. Así que, cuando se lo llevaban calle Real abajo el pasado martes, camino de no sé dónde, en elegante furgón de servisa, le deseé que lo venidero le fuera mejor de lo que aquí le fue y que su Trinidad, supongo, lo acoja como él desearía, porqueý vaya mierda de vida, Manué.

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