Tras las actuaciones de Trump siempre cabe la duda de si lo hace por maldad o simplemente por analfabetismo. En el año y medio de desempeño presidencial pocas veces ha provocado un escándalo tan grande como separar de sus familias a los hijos de inmigrantes ilegales. A saco: dos mil niños en seis semanas. Pero tras el escándalo, ha tenido que dar marcha atrás. Se ha calificado su proceder de diabólico, inhumano, equivalente al maltrato infantil o al confinamiento de ciudadanos americanos de origen japonés durante la II Guerra Mundial.

Lo de analfabeto no es una perversa ocurrencia de este cronista. Se sabe por el libro de Michael Wolff que sus impulsos erráticos en muchos temas obligan a sus colaboradores a hacer suposiciones: "es como intentar averiguar lo que quiere un niño". No procesa la información. No lee, ni siquiera en diagonal. Si la información está impresa en papel, es como si no existiese. Algunos de sus colaboradores lo consideran un semianalfabeto. Otros concluyen que no lee porque no le hace falta y que este es uno de sus principales atributos populistas. Vive al margen de la alfabetización, valiéndose únicamente de la televisión. Pero no sólo no lee, sino que tampoco escucha. Prefiere ser el que habla. Confía más en sus propios conocimientos, por irrelevantes que sean, que en los de cualquier experto. Este es el hombre que gobierna la primera potencia del mundo.

Pero la fórmula de la derecha alternativa, nacionalismo y racismo, funciona: siete de cada ocho de los votantes de Trump le volverían a elegir. Y exporta el formato. Su gurú, Steve Bannon, ha estado de turné por Europa, alentando a las tropas de Salvini en Italia, Le Pen en Francia y AfD en Alemania. La inmigración es asunto central en la política mundial. No cesará: es la pasarela para burlar las desigualdades entre países ricos y pobres. No lo remediará la minicumbre europea de hoy. Se evita la única solución posible: desarrollar al tercer mundo. África, por ejemplo, duplicará su población de 1.200 millones de habitantes de aquí a 2050. Más de medio siglo después de los procesos de independencia, grandes consorcios de las antiguas metrópolis controlan la economía y los servicios de estos 54 países, sin ninguna democracia homologable en Europa.

Estos días otros migrantes han dado la vuelta al mundo. El New York Times en su crónica sobre la llegada a Valencia de los 630 rescatados del Aquarius también recogía la avalancha de pateras permanente que llega a las costas andaluzas. Algo cotidiano aquí, convertido en noticia internacional por comparación a los inmigrantes rechazados por Salvini. Lo que pasa en Andalucía apenas es noticia fuera, pesa muy poco en España.

Ante la ira creciente, Trump ha tenido que suspender el secuestro de niños. Los audios y vídeos de sus llantos han conmovido al mundo. Analfabetismo o maldad, las políticas populistas alternativas causan dolor. Y miedo.

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