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Ayer la Corte Suprema de Estados Unidos anuló la sentencia «Roe vs. Wade». Es una noticia magnífica, aunque todavía no sea la mejor. No prohíbe el aborto, como se dice con los nervios, sino que le quita el sistema de seguridad por el que la protección a la vida estaba vetada en Estados Unidos. A partir de ahora, la soberanía popular podrá ejercerse en los dos sentidos: o para promover el aborto o para salvar al nasciturus. Bastantes estados norteamericanos protegerán la vida, como en Europa quiere hacer Polonia. Hay leyes en ese sentido que entrarán en vigor automáticamente, pues esperaban el levantamiento del veto de la Corte Suprema.

Supone un cambio de tendencia en el primer país del mundo. Se desacraliza el aborto, que vuelve a estar sometido a la voluntad democrática. Por eso digo que no es la noticia estrictamente mejor: no sacraliza la vida. Pero algo es algo… Qué digo "algo": es "alguien". Cada vida que se salve a partir de ahora, y van a ser muchas, tiene un valor infinito. No tiene que haber políticas de máximos cuando se manejan valores infinitos, incluso contando de uno en uno.

En Un hombre para la eternidad, Tomás Moro reconoce que daría al diablo el beneficio de la ley, o sea, que respetaría el Estado de Derecho ante la maldad, porque, al final, la maldad siempre se revuelve, y entonces el Derecho ha de defendernos. Es lo que pasa aquí. La sentencia «Roe vs. Wade» era un disparate jurídico, construido, además, con pruebas falsas, como reconoció su misma promotora. Estaba, encima, argumentado sobre el mismo derecho que permite asesinar al intruso en tu propiedad privada y portar armas, como explica el profesor Aquilino Cayuela. Eso no tenía un pase jurídico ni antropológico.

La sentencia restablece el beneficio de la ley incluso para el "diablo", si me permiten seguir con la metáfora. Porque los estados abortistas, como el de Nueva York, podrán seguir a lo suyo.

Se entiende, sin embargo, que los partidarios de la cosa estén de los nervios. La celebración y defensa de la vida es tan natural que, con que se le abra un resquicio, se acabará imponiendo. La sentencia también muestra el camino hacedero, que es ir dando batallas concretas, con gran preparación técnica (en este caso, los magistrados del Supremo son magníficos juristas) y con valor político. (Que Trump, a diferencia de tantos políticos circunspectos, cumpliese sus compromisos ha resultado vital.)

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