El empacho con las elecciones madrileñas está siendo tan extraordinario que provoca nauseas. La contienda más sucia y mediocre que se recuerda se ha convertido en una trituradora que no permite hablar de otra cosa en este país. Lo único bueno que cabe decir de ella es que al fin toca a su fin. Hasta los independentistas catalanes, acostumbrados como un niño caprichoso a llamar la atención siempre que lo desean, han tenido que guardarse toda su palabrería hueca antes de volver a la carga, porque nadie les hacía caso. Los candidatos madrileños han convertido la campaña en un show televisivo imbatible que intenta sorprender a la audiencia con una dinámica cada vez más perversa. Puede que los gobernantes de antes no fuesen tan buenos, pero el caché de los personajes de ahora es tan bajo que los hace mejores. Asuntos tan capitales como la crisis económica que tenemos encima o la gestión de la pandemia ya pueden esperar. Da igual que el estado de alarma esté a punto de expirar y que las comunidades no sepan qué hacer para controlar la desescalada: el coronavirus ha desaparecido de la vida de nuestros dirigentes por arte de magia. Sólo se acuerdan del virus para usarlo como arma arrojadiza.

Todo el aparato del Gobierno central y hasta la figura del Rey se ha puesto al servicio de estas elecciones, como se observó en la inauguración de la ampliación de la planta de Airbus en Getafe. El griterío madrileño es tan ensordecedor que protestas como la de esta Bahía contra el cierre de Puerto Real no llegan al Congreso ni como un lejano susurro. Los problemas de todo un país han de esperar hasta conocer si la izquierda da el sorpresón o si, como cantan las encuestas, Ayuso arrasa, aunque tenga que cambiar de socio en el camino. A simple vista, no parece una intelectual al uso por sus brillantes discursos. Más bien parece una mujer pragmática y populista, capaz de conectar con la clase media con ese tono chulapón que la aleja del cliché del dirigente de la derecha más rancia. A pesar de sus carencias, y quizá esto es lo más misterioso, la logrado que los comicios trasciendan el ámbito madrileño y que tanto el presidente como, sobre todo, el ya ex vicepresidente del Gobierno se hayan tomado estas elecciones como si les fuese la vida en ellas.

El líder de Podemos abandonó el Ejecutivo al grito del 'no pasarán' jugando a reproducir en el ambiente una especie de parque temático de la Segunda República, y lo peor es que los demás le siguen. En el fondo Iglesias es un nostálgico, pero dotado de mucho poder y de todo el presupuesto. Y el problema de los parques temáticos es que a veces se escapan los dinosaurios y pasa lo que pasa. Al final han convertido el tablero electoral en un campo de batalla con dos bloques ideologizados donde los madrileños son los peones. Y aún no se atisba un claro vencedor con este adelanto electoral. Ayuso, aunque logre ampliar su victoria, verá muy comprometida su gobernanza si necesita del apoyo de Vox. Gabilondo arrastrará a Sánchez en su caída libre. El presidente del Gobierno ha unido su suerte -y la de la ministra de Industria, Reyes Maroto, también sacrificada para la causa madrileña- a la de un aspirante que es la viva estampa de Don Tancredo. Resulta tan neutro y previsible, que nadie se acuerda que fue ministro. Iglesias lo tiene peor: a lo máximo que aspira es a no salirse del tablero, lo mismo que Cs y Vox. Igual que todos los que llevan la derrota escrita en la frente.

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