En 1989 asistimos a la caída del Muro de Berlín, pero a Jean François Revel, el conspicuo liberal, su olfato le decía que aquel difunto aún gozaba de buena salud. "El Muro -dijo entonces, con el recelo de quien ha visto demasiado- ha caído en Berlín, pero no en los cerebros". Hoy, treinta años después, podemos decir que no se equivocaba: la izquierda del púlpito, la uniformidad y el dogmatismo sigue aquí, más viva que nunca. Con su juego de siempre: tachar de criminal al que discrepe y reducir al silencio a los herejes.

La franquicia española de la doctrina política que más crímenes tiene sobre su conciencia, la que puso en marcha una represión sistemática hasta llegar a instaurar el terror como forma de gobierno, mantiene, contra toda evidencia, que España sigue siendo, medio siglo después de la muerte del dictador, un Estado franquista. Para la ceñuda muchachada violeta, la Transición que no vivió fue un monumental enjuague, una traición sangrante, un período trágico cuya imagen oficial se ha construido sobre el silencio, la ocultación y el engaño. Por eso pecan de ingenuidad quienes creen que, desenterrado el muerto, se acabará la rabia del rojerío hiperventilado. La exhumación de Franco es un macguffin, una maniobra de distracción: los verdaderos objetivos son el Rey y los consensos del 78 que, según la sedicente nueva izquierda -más antigua que el hilo negro-, perpetuaron las estructuras de poder del viejo Régimen.

A los que todavía viven de agitar el espantajo del franquismo habría que recordarles lo que Jordi Solé Tura -catalán, comunista y padre de la Constitución- escribía en 1995: "Este pacto fue posible no sólo porque la izquierda aceptó la monarquía, terminando con la vieja confrontación entre monarquía y república, sino también porque la monarquía aceptó todas las grandes reivindicaciones de la izquierda". Pero las vanguardias revolucionarias nunca dejan que la verdad se interponga en su camino y son expertas en reinventarse el pasado si éste les retrata. "Quien controla el pasado -decía la consigna del Partido- controla el futuro. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias sobre tu propia memoria".

Vivimos un tiempo oscuro, preludio de otros que lo serán aún más, y es triste -y agotador- tener que recordar que la libertad consiste en poder decir, sin miedo, que dos y dos son cuatro. Pero habrá que hacerlo. Dar la batalla para que el Muro de la infamia y la vergüenza caiga también en los cerebros.

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