EL ALAMBIQUE

Francisco / Lambea

Loa veraniega

Uno de esos absurdos tópicos de nuestra sociedad (y los tópicos son otro objeto de consumo más, como los coches, las colonias o las hamburguesas) consiste en asociar el verano, la estación del año más telúrica, más rebosante de luz y vida, a lo efímero, lo frívolo o lo insustancial. Así, los programadores televisivos se relajan y acostumbran a endosarnos productos menores, que ellos consideran específicos para la canícula, como una especie de saldo catódico, como si el advenimiento de julio o de agosto hubiese reducido el nivel intelectual del espectador, la consideración que merece como ciudadano del espectro audiovisual. La literatura tampoco escapa a esta impuesta banalidad y se habla de "libros de verano" insinuando que uno no puede leer El criticón o Espadas como labios bajo la consuetudinaria edificación ilegal de la sombrilla, mientras el sol incendia la arena de Las Redes. Ni siquiera el amor es respetado cuando el estío, limitándose a cumplir su inercia milenaria, se apodera del almanaque, de modo que cada año regresa esa expresión tan estúpida como hipócrita del "amor de verano", dando por hecho que si uno se enamora en junio su relación será más breve que si se encapricha en marzo o en noviembre y entendiendo que toda pareja que se formalice en el mayor imperio del astro rey presenta como única aspiración la de la coyunda libidinosa, adobada de la preceptiva indiferencia nada más asomar octubre, reduciendo los sentimientos y los cuerpos a vulgares comentarios de oficina en los lunes más arduos. Hasta el periodismo se abona a esta sucesión de expresiones tontorronas merced a las "serpientes de verano", siguiendo en ese simplista camino de entender que todo es perdonable en dicha época, toda vez que el hecho de que el sol alcance su máxima altura en el Hemisferio Norte parece conceder una suerte de unánime jubileo civil por el que cualquiera puede manifestar cualquier cosa sin mayor responsabilidad.

Me temo que el verano, ese intervalo al que, también desde la idiocia, se le acusa de breve cuando viene a durar lo mismo que cada una de las otras tres estaciones individualmente consideradas, no nos merece.

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