calle real

Enrique / Montiel

Llevé a Enrique

QUISE llevar a Enrique de la mano. No tenía tres años. Probablemente no lo recuerde pero recordará las otras veces que, desde ese día, lo llevé a votar conmigo. Y no fui el único padre que quiso llevar a sus hijos a las votaciones, fuimos muchos. Porque mi padre no me pudo llevar nunca a mi a votar nada, recuerdo su mano cálida cuando me llevaba a la feria, en julio, pero no me llevó a votar nada nunca, en aquella España de la que venimos no se votaba nada, quiero decir con garantías, con pluralismo, con libertad. Digo que fue una España plebiscitaria y unánime, a la fuerza. Se ha corrido un tupido velo sobre los años de plomo y los años de sombras sobre la patria amada, sobre la España nuestra de cada día, que siempre fue de todos o de ninguno, no de unos contra los otros ni de otros contra los unos... Pero todo se olvida, qué desgraciada es la memoria. Lo digo porque acudí ayer a la invitación que me hizo el alcalde para celebrar y conmemorar 1978, el 6 de diciembre en que España recuperó su pulso democrático, y ni los 25 concejales estuvieron (puede que justificadamente pero, ay, no estuvieron todos), ni la ciudad acudió a la plaza de la iglesia al izado de la bandera de España, la bandera auténticamente de todos los españoles. Una dignísima representación de la Armada, que presidió el general de la Infantería de Marina de nuestra ciudad, junto con otros altos oficiales, y pocas representaciones de la ciudad. Loaiza debería anotar en su cuaderno de incidencias que hay que hacer algo para que la ciudad se "reúna", como rezaba la Constitución de 1812, en esta conmemoración de la primera votación que cambiaría radicalmente nuestras vidas. Para bien. Más que nada porque entre los que quisieran ver una España empequeñecida y los que quieren ver otra diferente, distinta, y quienes se encogen de hombros, no se sienten integrados en el proyecto de convivencia que votamos en 1978, más todos los problemas, las torpezas, los errores, los excesos y las desgracias, quién sabe, Dios no lo quiera pero podemos volver a no sentirnos reunidos, no sentirnos solidarios con un solar y una historia que nos ha hecho como somos, con todos nuestros defectos y todas nuestras virtudes.

Fui con mi hijo Enrique de la mano a votar. ¡Qué día tan feliz! Votaba una Constitución para mi país hecha para que todos cupiéramos en él, quienes perdieron la odiosa guerra civil, quienes la ganaron. Los hijos de los exiliados, represaliados y presos. Y los demás. Todos. Y por eso a ninguno nos gustó del todo pero todos cupimos en ese traje. Qué admirable redacción, qué admirable la generosidad de gentes distintas alentadas por un joven Rey empeñado en reinar sobre un país de vida y alegría y no sobre una historia triste y periclitada. Fue en 1978. Lo conmemoramos ayer, unos pocos...

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