ALGUIEN escribió en internet que el Museo de Antigüedades de El Cairo estaba en llamas. Sentí deseos de vomitar. Y de irme a un rincón a llorar por la destrucción de uno de los lugares más maravillosos del mundo. Recordé las huellas de la destrucción de los relieves de la antigua Petra, la sistemática amputación de las imágenes de los templos egipcios, lo ocurrido con los grandes budas de Afganistán, la explosión del Partenón, el patrimonio de la humanidad expoliado, esquilmado, desaparecido... Pero el incendio del Museo de Antigüedades de El Cairo era la gota que colmó el vaso de la tristeza esencial que me produce esta autodestrucción de la humanidad desesperada, o de la humanidad deshumanizada.

Finalmente lo que era "las llamas" que se ven sobre el tejado del Museo de El Cairo acabó siendo "un desconocido" que se llevó una momia. Como quiera que el gobierno de Mubarak cerró los ojos y los oídos del mundo para que el mundo no supiera lo que estaba pasando en Egipto, el mundo imaginó las siete nuevas plagas sobre el territorio del viejo reino de los faraones. Ahora vemos fotos de muchedumbres pidiendo pacíficamente el fin de un viejo régimen personal y autoritario que se quería perpetuar en un vástago o en un familiar, como Korea del Norte o Siria, como Cuba o Túnez. Pero no sólo eso, también el cambio de una situación inveterada ya del mundo árabe, sometido a clichés insoportables cuando muchos dirigentes olvidan que sobre la mugre de un edificio desportillado hay una antena parabólica que comunica el viejo televisor obsoleto con el mundo entero. Y no sólo para ver al Madrid-Barcelona (el Nilo en Aswan está lleno de falúas con la bandera del Barça ondeando en las popas) sino para contemplar el embeleso de la publicidad o las escenas de la vida cotidiana de las series norteamericanas o europeas.

Desesperación rima con llamas, en esta rima infernal que todo lo destruye cuando se desata. Quizá por esto tan sabido cuando llegaron las "noticias" de internet que no eran tales, que eran los fantasmas de algunos internautas desconocedores de la trascendencia de decir algo que no es verdad, que es falso, las noticias del incendio del Museo de Antigüedades de El Cairo, yo tuve unas inconsolables ganas de llorar y la tristeza seca de los días más negros se apoderó de mi ánimo.

He podido ver la fachada del Museo cairota en las noticias. No hay señales de llamas ni de momias sacadas a hombros de multitudes vociferantes. Amon-Ra sea loado. Ahora ya sólo quiero ver la salida de la Presidencia de la República de Mubarak y su régimen de 30 años sobre un país increíble, con su hijo Gamal que nunca heredará un trono de ceniza y corrupción. Y un verdadero amanecer en el país del Nilo.

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