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Llamamiento a la acción

Hay mimbres para organizar una respuesta social y política que arranque a España de las manos de sus enemigos

Perpetrado el fraude parlamentario, basado en la mentira al electorado, la opacidad y la desvergüenza, la tesitura tal vez permita en breve tiempo clarificar el panorama político y poner las bases de una situación nueva que podría devolvernos a la normalidad institucional y social. Comprendo que se hace difícil, en medio de las brumas que hoy angustian a tantos, percatarse de que estamos ante un fin de ciclo marcado por la corrupción y su consecuencia, la inestabilidad, que debe dar paso, como se verifica ya en tantos aspectos del orden internacional, a una corrección en profundidad de la deriva suicida de Occidente y, más concretamente, de Europa. Y España estará también ahí, aun cuando antes tengamos que asistir al final de traca que nos preparan Sánchez y sus socios, resumen perfecto, sin necesidad de retórica alguna, de la anti-España más brutal. No habrá paraíso sin purgatorio cuando llevamos tantos años de pecados de lesa patria, de acción y de omisión, pero la conjunción maléfica a la que debemos enfrentarnos por mero instinto de supervivencia nacional no puede triunfar porque lleva en sí todos los gérmenes, bien desarrollados, de la esterilidad y el desorden interno: la división, los intereses contrapuestos, el desprecio recíproco y, como único cemento integrador, el odio y el miedo a quienes saben que aún pueden derrotarlos.

Existe, sin embargo, un peligro que posibilitaría la perpetuación del mal, que llegaría a colonizar al entero cuerpo social: la tentación de ponerse de perfil ante el peligro, de esperar que el desgaste de los incapaces y malvados haga por sí solo el trabajo, la estrategia rajoyista que nos ha traído directamente hasta aquí. Es una tentación que puede hacer, de lo que está llamado a ser un episodio fugaz, un proceso de degradación continuada al estilo venezolano hasta que sea imposible la reacción, pero a la que invita la actual desmoralización del país, el instinto acomodaticio de sus élites y el deterioro de las instituciones. Sin embargo, los patriotas que sepan encarar desde el primer día a los liberticidas y a los secesionistas serán los forjadores del futuro. Hay mimbres más que suficientes para organizar una respuesta social y política que arranque a España de las manos de sus enemigos y proponga al pueblo atribulado un verdadero proyecto integrador y democrático sobre la base de las aspiraciones de las mayorías naturales. Nadie, a tenor de lo acaecido en estos días en el Congreso, puede ignorar lo que, de lo contrario, se nos prepara.

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