Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

Llamadas de socorro

EL n sus libros, y sobre todo en sus frecuentes artículos en la prensa, Francisco Rodríguez Adrados clama, a los 87 años, para que hagamos algo y conjuremos el peligro que significaría el olvido del legado de los clásicos, siquiera sea en círculos minoritarios y elitistas que mantengan encendida la llama de las enseñanzas de los sabios antiguos. Avisa de cómo los trágicos se encargaron de mostrarle a sus contemporáneos que el exceso y el creer que podemos conseguirlo todo traen el desastre, como castigo de los dioses o de la propia naturaleza humana, y que el aprovechar mayorías efímeras para dar leyes irracionales por conveniencia y estrategia políticas, "dañinas además para un sector importante de la población o para la totalidad de ella, trae funestas consecuencias." Insiste en que la sociedad humana, con variantes, es siempre la misma, y que los errores y la ceguera de un régimen llevan al opuesto.

Estamos viviendo una época que no puede ser duradera, en la que las conveniencias políticas y no las necesidades y las demandas sociales fuerzan graves y funestas decisiones de difícil, cuando no imposible, retorno. Se respira en el ambiente la idea de que las experiencias del pasado y los ejemplos de la Historia no sirven para nada porque hemos dado un salto hacia adelante y creado una sociedad mejor, más moderna y libre, compuesta por individuos nuevos, venidos de otra galaxia o que han experimentado una mutación hacia otra especie. La creencia es bastante general y desde el Poder se sostiene y alimenta. Hay una mayoría que guarda silencio y espera, y una minoría que habla y escribe para dejar, al menos, constancia de los peligros y mantener un círculo de pensamiento, para que no nos cojan a todos por sorpresa los males futuros de una sociedad en franca decadencia y desequilibrada por los espejismos. La raza humana, por su tendencia a los excesos y al desorden, necesita equilibrios, mucho más en una democracia para evitar que acabe en oclocracia o en dictadura disimulada. Equilibrios entre autoridad y libertad, derechos y deberes, legalidad y legitimidad, orden y tolerancia, justicia y condena, esfuerzo y éxito, mérito y reconocimiento, poder y control y, en suma, en todo lo que haga falta para entenderse y para saber dónde están las fronteras de lo permisible en cada individuo. Y no deshacer la Historia, que es nuestra maestra y la base de nuestra identidad como nación antigua, ni permitir que la nación se fragmente en regiones rivales o, por conveniencia política del momento, nublar la cultura española y perseguir su lengua, como si ambas pudieran dejar de existir sólo por una política torpe y circunstancial. Demasiados peligros para la democracia, para la convivencia respetuosa y el buen orden que todas las sociedades humanas se dan a sí mismas para sobrevivir y engrandecerse.

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