Urgente Afligidos suspende su salida este Jueves Santo en Cádiz

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La tribuna

Óscar Eimil

Libertad vigilada

TODO comenzó a complicarse para España allá por el mes de febrero -tras la debacle bursátil que provocó la intervención de Zapatero en Davos-, con el road-show que realizaron Salgado y Campa por las más importantes guaridas del dinero universal. Ya se sabe que excusatio non petita, accusatio manifiesta. Prometieron, a los que por aquel entonces llamaban inversores, mano dura con el déficit, recorte de gastos, disciplina y consolidación fiscal. Tras su periplo por el mundo nos dijeron -pensando que habían engañado a los extranjeros como tan a menudo han engañado a los españoles- que habían logrado convencer a los que ahora llaman especuladores con la retahíla de milongas que les habían contado.

Sin embargo, el paso del tiempo vino a demostrar que el dichoso viaje, en realidad, sólo sirvió para que los malvados capitalistas, ávidos de dinero, tuvieran más tiempo para afilar sus largos colmillos, y así clavarlos, mejor y más adentro, en nuestra sufrida piel de toro. Por eso, cuando aún no habían transcurrido ni tres meses desde la conclusión del periplo, todos los españoles nos encontramos de bruces -y en esas continuamos- con la rebaja de la calificación de nuestra deuda, con la amenaza de una rebaja mayor en el futuro, con la bolsa cayendo en picado, y con la prima de riesgo de España y el diferencial de la deuda nacional en máximos históricos.

Y creo que algo tuvo que ver con todo ello el hecho de que -tras los compromisos de austeridad adquiridos con los mercados- nuestro déficit público, no sólo no se redujo en el primer trimestre del año, sino que se incrementó en un 17,5% interanual.

Finalmente, antes de la bancarrota que muchas voces, apenas veladamente, anunciaban, llegó nuestra última oportunidad: el enorme plan de rescate -llámenle los políticos como quieran- de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional -el de los 750.000 millones-, condicionado a la drástica reducción de nuestro déficit fiscal.

Resulta ser una ironía del destino -que siempre es cruel con los que, como Zapatero, lo desafían-, que hayan tenido que ser ellos, la fracasada Merkel con su severa advertencia, su admirado Obama, con su insólita llamada al orden, y su amigo Sarkozy -el que estaba muy preocupado porque España iba a superar de modo inminente a Francia en renta per cápita-, con su exigencia de disciplina y rigor, los que hayan venido a darle al presidente un baño de realismo y una auténtica cura de humildad.

Tras la intervención internacional, vinieron las tremendas y humillantes medidas de recorte del gasto social que todos conocemos. Tremendas porque son abrumadoramente injustas con los más débiles, y humillantes porque han sido impuestas por gobiernos extranjeros, que ahora tutelan, en su propio beneficio, nuestra economía y por lo tanto también nuestra soberanía, porque nosotros no hemos sido capaces de dotarnos de un buen gobierno.

La patética imagen del presidente, sentado en el Congreso, aguantando estoica y amargamente el chaparrón de críticas de la oposición, quedará para siempre grabada en la memoria de toda una generación de españoles, porque será -no lo duden- el punto de partida de todo lo malo que se nos viene encima. La imagen de la victoria convertida en derrota, de la prepotencia convertida en resignación, del orgullo convertido en humillación.

Una imagen que adelanta que lo peor está todavía por llegar, ya que Zapatero -lo demuestra la ilegal fe de erratas del BOE a propósito de la financiación de los ayuntamientos- no sabrá aprovechar esta última oportunidad que interesadamente nos han dado. Y no porque no quiera, sino porque no puede, ya que su vida política siempre ha dependido de una capacidad para gastar que ya no tiene.

El principal problema de nuestra economía -coincidimos en esta idea muchos, cada vez más- se llama Zapatero. Él solo, sin ayuda de nadie, ha conseguido colocarnos, por méritos propios, en una especie de libertad vigilada internacional, porque ZP es, ya desde hace tiempo, para todos los gobiernos occidentales, la marca de la demagogia, de la irresponsabilidad, de la desconfianza y del despilfarro en la gestión de los asuntos públicos.

Y la única manera realista que se me ocurre para resolver a corto plazo este grave problema que tenemos -ya que Zapatero no dimitirá- es utilizar la vía de la cuestión de confianza -un mecanismo constitucional que sirve para demostrar si el presidente continúa o no disfrutando de la confianza que el Congreso le otorgó en el debate de investidura-, supliendo el principal partido de la oposición la falta de iniciativa de Zapatero -y ésta es la novedad-, con la presentación urgente en el Congreso de una proposición no de ley que obligue políticamente al presidente a someterse a la confianza de la Cámara.

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