La esquina

josé / aguilar

Libertad y seguridad

LA ofensiva yihadista en París, y quién puede saber dónde más, ha reabierto con más crudeza y crueldad que nunca el debate inconcluso sobre la libertad y la seguridad. De otro modo: ¿cómo se defiende la sociedad democrática de la amenaza total del terrorismo sin negarse a sí misma? ¿se puede defender la libertad, que es la esencia de nuestro sistema, coartando las libertades concretas de los individuos?

Hay dos opciones plenamente descartables. Una es la respuesta Bush: guerra sucia contra el terror, secuestros y torturas. Es una fábrica de nuevos terroristas y debilita a la democracia creyendo fortalecerla. La otra, que resurge estos días, rechaza toda restricción de derechos en nombre de la seguridad y pone el énfasis en las causas del terrorismo y en los instrumentos ya existentes para luchar contra él. Esos instrumentos se han revelado insuficientes.

Lo que hace más complicado el debate es el carácter netamente diferencial y específico del fenómeno yihadista. Es un terrorismo de raíz religiosa, no asentado en un solo territorio físicamente atacable, con una organización difusa y multipolar, que recluta, propaga y da consignas a través de las redes sociales, de brutalidad indiscriminada y nada común y cuyos agentes desprecian su propia vida casi tanto como la ajena. Y no llegan de tierras lejanas, sino que viven entre nosotros.

La lucha antiterrorista en este caso no puede ser igual que en otros que conocemos. Los ministros de Interior de la UE están discutiendo qué cosas nuevas hacer para enfrentarlo. Han resucitado la idea de un registro compartido de viajeros, buscan fórmulas para contrarrestar el uso de internet y se plantean reconsiderar el espacio Schengen (la libre circulación de personas entre países europeos) reimplantando los controles fronterizos. Todas ellas suponen una restricción de derechos ciudadanos que ya forman parte del acervo de las democracias. Planea una doble duda: si estas restricciones serán útiles en el combate frente al terror islamista y si su aplicación no acabará recortando la libertad de todos, además de la de los terroristas. No es fácil despejar estas incógnitas a priori.

El problema es extraordinario. Si ponemos la seguridad por encima de todo, perderemos la libertad, pero si no garantizamos la seguridad el terrorismo vencerá (y con él la libertad es imposible). ¿Quieren respuestas? Yo no las tengo, la verdad.

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