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Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Libertad a la madrileña

Isabel Díaz Ayuso ha basado su éxito en arrebatarle a la izquierda el uso y explotación de la palabra libertad

Aestas alturas, Isabel Díaz Ayuso se ha convertido en algo más que en la presidenta de la Comunidad de Madrid. Es ya, por derecho propio, la gran esperanza de la derecha española frente a un Pablo Casado que no termina de cuajar. De hecho, las encuestas han comenzado a hinchar de viento las velas del PP cuando la lideresa que reina y gobierna en la Puerta del Sol decidió dar un golpe de mano interno y convocar unas elecciones que no tocaban. Cuentan los analistas de la Corte, que hasta hace no mucho la ninguneaban como una advenediza con pocas luces y hoy dedican horas a analizar lo que dice y lo que hace, que la fórmula del éxito ha estado en la combinación de dos ingredientes que han creado un cóctel ganador: el cultivo de un nacionalismo a la madrileña hasta ahora inédito en nuestro país y, sobre todo, el logro de haberle arrebatado a la izquierda el uso y explotación de la palabra libertad.

Dejemos para mejor ocasión ese orgullo chulapo frente a una España periférica indolente y depredadora -qué cosas llega uno a escribir- para centrarnos en el segundo término de la ecuación. Vivimos en un país donde todavía muchos de los reflejos condicionados de la política pueden rastrearse hasta encontrarles un origen en el final de la dictadura y primeros años de la transición. Y es cierto que la libertad era una bandera que levantaba la izquierda frente a una derecha a la que se suponía nostálgica de los tiempos del ordeno y mando que se acababan de dejar atrás. Pero ha pasado mucha agua debajo de los puentes y a nadie debería extrañar que ahora se a un concepto que se disputen desde Podemos a Vox, aunque cada uno quiera utilizarla para fines bien diferentes y ninguno de los dos crea para nada en ella.

La libertad, como casi todo, ha dejado de ser una idea sólida sobre la que era posible construir una argumentación ideológica y ha pasado a ser algo líquido. Un concepto etéreo que se puede utilizar para defender como un acto revolucionario el tomarse una caña con berberechos en una terraza, mientras en el resto del país los bares están cerrados por la pandemia. Tiempos raros estos en los que la libertad se puede retorcer a conveniencia sin que no solo haya que pagar un precio por ello, sino todo lo contrario. Quizás Ayuso, al final ha encontrado respuesta al interrogante que lanzó Lenin en 1920: ¿libertad para qué?

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