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la esquina del gordo

Paco / Carrillo

Lamerse las heridas

LO mire por donde lo mire y salvo que usted, a fuerza de desengaños, se haya convertido en escéptico integral, empieza hoy el periodo más efervescente que puede vivir ciudadano alguno. Estos días que nos quedan, donde los fuegos artificiales se convierten en obligados protagonistas a falta de argumentos sólidos, hay que tomarlos como los purgantes de aceite de ricino. Esto no da más de sí. Por eso digo que nos quedan días efervescentes, como las gaseosas o el agua de litines; aquellas esperanzas del pasado que miraban al futuro ya ni están ni se esperan. La Real Isla de León no podía escapar de este maleficio.

Fantasías aparte, ni uno solo de los programas dejan de ser, como siempre, listados de obras. Ningún programa, como siempre, aborda la realidad de una ciudad que, como no sea a base de inversores, no despegará jamás; es más, como las gaseosas, irá perdiendo fuerza. Ni siquiera los partidos rampantes que están a la expectativa tienen posibilidades de llevar a término lo que anuncian. Ni habrá revisiones, ni se tirarán al cuello de los responsables del robo de la caja, ni se harán auditorías, si se repasarán, siquiera someramente, las cuentas de patronatos y empresas municipales, ni nadie ajustará las cuentas de lo que se están gastando (los que pueden) en las campañas; unos porque son pobres hasta para eso; otros porque no se atreven a investigar las fuentes que, llegado el caso, aspiran a heredar. Ese es el origen del cáncer y del descrédito que padece toda la clase política.

Para el caso concreto de La Isla, aparte de las fantasías que suelen resultar igual que las orlas en los diplomas, en ninguna de las formaciones se apunta siquiera que como no sea con inversiones, a la ciudad no la resucita nadie y como no basta con los enunciados, tampoco dicen cómo. Nunca se ha llegado a saber quién se come los conejos sacados de la chistera. Y ojo con que las inversiones pretendan hacerlas apoyándose en la Junta de Andalucía o en el Gobierno Central. En estos momentos todo lo "oficial" huele a chamusquina; la economía está tan en el aire, hay tantos compromisos más importantes -entre ellos dar dinero de los contribuyentes a los bancos, a los partidos, a los sindicatos y a la patronal-, que es absurdo pensar que aquí, precisamente a este término municipal, acudirán para socorrernos. ¿A que no resulta verosímil? Las perspectivas y las políticas locales o pasan por objetivos nacionales o son papel mojado. Ni siquiera lo autonómico tiene visos de ser creído: o se tiene capacidad de extorsión y necesidad de votos, o las autonomías están más pendientes de pasar el dinero a su clientela que de regenerar lo que la misma casta ha podrido. Me refiero a la confianza en el sistema.

Más de cinco millones de parados. El estanque tiene cada vez menos agua. Los peces asoman sus cabezas desesperadas. El lago se ha convertido en cieno y no se vislumbra a ninguno capaz de sanear el espacio donde se chapotea. Los ayuntamientos boquean. Es injusto, pero a la vista de la falta de talento que se encierra en ellos, más vale que se lo restrinjan todo; ya es célebre el dicho donde se afirma la cantidad de disparates que se han evitado por falta de recursos materiales. Más vale así, al menos se neutraliza la tendencia de los tontos dinámicos.

Pero ya queda menos. El día 22 se pondrá sobre el tapete si los cañaíllas han sido capaces de aprender de sus propios desengaños o si ya admiten como inevitable que su futuro está en lamerse las heridas.

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