Kichi no parece el mismo de 2015 cuando se presentó sin nada que perder con sus ideales de puro infantilismo de izquierda. José María González no era un profesional de la política. Sólo era un activista, un gran desconocido, que se convirtió en el alcalde más popular rompiendo moldes. Los gaditanos lo adoptaron como uno de los nuestros, honesto y humilde, buena persona. La mayoría de políticos también es maravillosa y honrada, pero su sencillez y carisma no hallaron rival para una sociedad harta de la vieja política. Entonces se le veía alegre y natural. Y hoy, más experimentado, se le observa algo infeliz e inaccesible, rodeado de su guardia de corps, unos pocos asesores elegidos y los anticapitalistas, que ventilan el día a día dejando al resto fuera, mientras conjugan el verbo confluir.

Si con una minoría tan limitada se puso el mundo a sus pies, hoy que puede disponer a su antojo parece que le pudiera la presión y que su liderazgo perdiera brillo porque ya no le acompaña la ilusión. Y no es sólo eso. Cinco años dan para mucho y muy poco. Y la realidad le dice, al frente de una ciudad decadente, que no es fácil acabar con el paro, la infravivienda, ni que los jóvenes vuelvan cantando por el Carranza. El cansancio ya no es sólo físico, es mental. Cuanta menos ostentación hace del poder, más gente aporrea su puerta con problemas. Y si la política quema tela cuando tienes tus necesidades cubiertas para dedicarte de lleno, el desgaste es doble si renuncias a las prebendas del cargo y a la vez has de atender a una familia, que ha crecido en estos años. Su anunciado adiós a la Alcaldía responde a su fe en la limitación de mandatos, cierto, y también al deseo de soltar lastre. Nadie es imprescindible, insiste. Y para los que se subieron al carro no es que suene a despedida, es que no pueden pensar en otra cosa porque la continuidad de sus alegres vidas está en el aire. Ahora pesa más su salida que la gestión de un presente afectado por su relevo. Frente a la gesta de su primer mandato, hoy no cuenta con grandes logros en la chistera y es como si le persiguiera el estigma del pato cojo antes de tiempo, el de un alcalde sin chispa que dice adiós. ¿Quién tomará el testigo? ¿Y cuándo? Kichi sólo hay uno y la carrera por su sucesión ha comenzado. Quedan tres años, un mundo, un minuto en política, para que el alcalde haga y deshaga, mientras se diseña otro cartel. Tiempo de sobra para proyectar el porvenir de Cádiz y dejar huella. Pero está por ver si sólo está algo apagado, o si le abandonó la pasión. La falta de impulso de su gobierno contrasta con la victoria arrolladora de hace un año. Kichi tenía un objetivo este mandato: dejar su sello en la gestión y tapar las bocas de los que cuestionan su capacidad. Le acompañan fichajes más sólidos que los salientes. Pero no acaba de engrasar la maquinaria. La solvencia de sus ediles no se discute porque ni se les conoce. Puede que tengan la ciudad del futuro en su cabeza con un plan brillante, pero lo razonable es que estuvieran deseando ponerlo en práctica. Lo contrario sería como si un laboratorio descubre la vacuna contra el Covid y lo oculta. Un político puede parecer incompetente ante los libros de economía y arrasar en las urnas, pero no puede fallar a la hora de actuar. Muchas ideas pueden surgir de la ficción y de las redes sociales. Pero los planes nunca salen sin una estrategia que apele al sentido común y al principio de realidad. Queda mucho, pero el resultado hasta ahora mantiene la tensión en todo lo alto: año 1, gestión 0.

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